REVISTA COMFENALCO No. 42

Parte de la Tierra Cristian Agudelo Guerra Líder de Cambio y Comunicaciones en Esenttia

Caminar por el sendero. Escuchar los pájaros trinar y reconocer que están alegres porque son libres. Ver tanto verde, al punto de quitarse los lentes de sol, para alzar la mirada y separarla de la pantalla del celular. Tiene que encenderse la intención de programar la visita al Jardín Botánico Guillermos Piñeres, para que se haga realidad. Un par de mensajes de whatsapp a los amigos, ganas de aprovechar la mañana en un plan diferente, bloqueador solar y zapatos cómodos para disfrutar del recorrido. Así llegué el primer sábado de febrero a este hermoso paraje, al que había ido en etapa escolar y un par de veces como adulto; me encantó saber que aún está el caracolí gigantesco, probablemente uno de los más grandes que he visto. Ranas, insectos y monos, acompañándonos durante el recorrido guiado por Adriana, una experta que conoce el Jardín y que nos explicaba particularidades de su colección de plantas y árboles. El motivo para ir fue el despedir a una pareja de esposos y su pequeña hija de seis años, listos para viajar en la tercera semana del mes. Llevamos de comer, el agua y el café lo conseguimos en la Cafetería

Nos dio tiempo de saludar al personal antes de hacer la caminata por el camino demarcado, de comentar las expectativas de cada uno al llegar y conseguir otros mecatos. La emoción que teníamos los seis adultos era similar a la que tenía la pequeña; observábamos con detalle las hojas, tallos o hacíamos bulla y nos callaba el eco de los grillos; el agua en forma de arroyitos o de lagos menores; la vida silvestre y la humedad que nos tocaba la piel y la ropa para recordarnos que el calor es también una propiedad de la vida. Estábamos viviendo realmente y debíamos atesorar ese momento al máximo.

Seguramente sería difícil que nuestros amigos vieran, olieran y probaran un Mamey recién caído del árbol. Adriana lo peló rústicamente y lo lavó para dar a probar a las chicas. La semilla volvió a la tierra en la forma en que quedaría si cayera por sí misma, lista para hacer raíz. Otras semillas de otras plantas caían como hélices de helicóptero, recordando lo aprendido en física, no sólo en biología.

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