P R O Y E C T O S U D E M I T A S Q U E I N S P I R A N
que las personas que están ahí puedan compartir ex- periencias personales duras o su historia para enri- quecer el impacto que puedan tener. Al cuestionarles sobre qué les ha aportado El Ta- ller del Colibrí, Rebeca expresa que quisiera conse- guir que vean el arte como un refugio. “Un espacio en el que el peso de sus frustraciones, enojos y estrés se conviertan en un cuadro, sonido o dibujo que los encapsule y les quite esa carga de encima. Es una forma de lidiar con la vida”. El arte provoca que las personas conecten entre ellas de una forma positiva, creando una comunidad sensible a las necesidades y emociones del otro. El año de la pandemia las llevó a buscar colabora- dores externos, amigos y contactos que les ayudaron a hacer una “bolita de nieve” para poder llegar a los in- volucrados a la distancia, especialmente a los adultos mayores que no estaban acostumbrados a lo digital.
Con videos tutoriales y transmisión en vivo de los talleres, lograron un alcance más amplio de lo que es- peraban. Un ejemplo fue la vinculación e implemen- tación del proyecto en alianza con Casa de la Cultura San Pedro, al igual que una conferencia para alumnos y maestros del Instituto Sierra Madre durante la Feria del libro, lo que les dio mayor visibilidad. ¿Qué las inspira? Para Rebeca, el ser “una semilla”. Para Esther, la capacidad de la música de transcender fronteras y lenguajes que también ve en el arte, una forma de comunicarnos y entendernos a kilómetros de distancia. Para Sara, la simple maravilla de que el talento puede venir de cualquier lugar, como lo dice Antón Ego en Ratatouille (2007): “El mundo suele ser cruel con el nuevo talento; las nuevas creaciones, lo nuevo, necesitan amigos... no cualquiera puede con- vertirse en un gran artista, pero un gran artista puede provenir de cualquier lado”.
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