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la relación analítica guarda un parecido con un modelo de trabajo relacional ya establecido “procedural”, de modo que el detonador – un proceso automático no motivado – activa el patrón de relación procedural. El cambio puede lograrse con la búsqueda de “momentos de encuentro” no necesariamente interpretables, mientras que para el paradigma dinámico de Shevrin, las intenciones y expectativas inconscientes, sumadas al contexto y expectativas de la situación actual, ayudan a determinar cómo y qué se recuperará. “La recuperación nunca es simplemente automática o desmotivada…” (Shevrin, 2002, p. 137). Shevrin propone que las “memorias procedurales”, aunque no sean reprimidas ni simbolizadas de forma inconsciente, no están todavía automatizadas, sino que se hallan sujetas a cambios transferenciales dinámicos-conflictivos cada vez que se recuperan. Este punto de vista es compatible con los conceptos dinámicos de temporalidad psíquica y con nociones freudianas como el Nachträglichkeit y los recuerdos pantalla. También es compatible con enfoques contemporáneos freudianos y relacionales (Bion, Winnicott) y con la transferencia de los enactments , por su carácter subsimbólico pero “simbolizable” y, por tanto, interpretable (Ellman, 2008; Grotstein, 2014, comunicación personal). La diferencia entre las dos interpretaciones de los hallazgos neurocientíficos parece radicar en la exclusión o inclusión de la interacción dinámica en los mundos interiores representacionales – un sello de la perspectiva psicoanalítica. Renunciar a la perspectiva del inconsciente como un almacén de experiencias no deseadas, implica naturalmente un cambio de enfoque significativo del rol del analista en la sala de consulta. El hecho de entender el apego como la correspondencia conductual entre las relaciones objetales internalizadas y la influencia de la relación inicial madre-hijo (Diamond & Blatt, 2007) despertó el interés de otros estudiosos contemporáneos, quienes también se propusieron entender el mundo representacional del niño. El estudio de la depresión materna, la seguridad del apego infantil y el desarrollo representativo de Toth, Cicchetti, Rogosch y Sturge-Apple (2009) desvelaron que durante el desarrollo se carga con las primeras representaciones negativas de los padres y de uno mismo, las cuales es posible que se transmitan de generación en generación. Ellman (2008, citando a Freud, 1915) señala que las primeras representaciones se codifican como representaciones/cosas sin valor simbólico. Las actividades primero se asocian con el valor denotativo y no con el connotativo (Cassirer, 1953; Langer, 1948). Aunque no se simbolicen, estas cosas pueden motivar respuestas conflictivas complejas. Según esta teoría, estas representaciones eran las que provocaban, en parte, las repeticiones generalmente arraigadas en formaciones pactadas. Desde otra perspectiva, Weinstein (2007) entiende que los efectos prolongados de las relaciones de apego no son debidos a la creación de patrones de yo-con-el-otro (Fonagy & Target, 2002), sino a la huella que estas relaciones dejaron en los sistemas de autorregulación neurobiológica del estrés y la atención; la relación de apego también cambiará la programación de la experiencia del placer y el displacer. “Si la memoria recupera la relación de apego durante la infancia, dando lugar a la materia prima sobre la que se construyen las más fantásticas narraciones de la sexualidad infantil, también se verán de alguna forma
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