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hasta que las asociaciones proporcionasen material suficiente para realizar una interpretación, a menudo impersonal y distante, de los determinantes inconscientes del paciente. Desde finales de la década de 1930, Hartmann, Kris, Loewenstein y otros (Hartmann 1939; Hartmann, Kris y Loewenstein 1946) llevaron a cabo una ampliación sustancial de la metapsicología freudiana –recogida en la psicología del Yo– y fueron agregando progresivamente consideraciones genéticas, del desarrollo y adaptativas a las teorías dinámicas, estructurales y económicas existentes (Rapaport y Gill 1959; Freud, A. 1936/1965). Según su teoría del desarrollo, el inconsciente surge de una matriz indiferenciada que brinda el potencial para el desarrollo del yo y sus funciones futuras. En su teoría de la adaptación, donde plantean un “entorno de expectativa promedio”, el desarrollo del yo está mediado por las relaciones, mientras que las identificaciones se convierten en las funciones principales del yo. En el trabajo analítico, ponen más énfasis en los procesos inconscientes del yo, como por ejemplo las defensas. Llegados a este punto, las experiencias con personas del entorno del niño toman más protagonismo. Gracias a este desarrollo teórico, se consigue prestar más atención a las aportaciones inconscientes a la actividad transferencial (y contratransferencial). Teniendo en cuenta la creciente influencia de Budapest (Sándor Ferenczi, Michael Balint) y, más tarde, de los analistas de la British Middle School (Donald Winnicott) y los primeros kleinianos (Melanie Klein, Paula Heimann) , los contemporáneos de Hartmann continuaron la discusión de las relaciones objetales dando mayor profundidad a los aspectos conscientes e inconscientes de los períodos tempranos del desarrollo. Edith Jacobson (1964) investigó el yo mismo y los mundos de la representación objetal y Margater Mahler (1963; Mahler et al. 1975) proporcionó las formulaciones clásicas de separación-individuación, revisadas posteriormente por Daniel N. Stern (1985). También se prestó atención al impacto del período preedípico en el desarrollo posterior, así como a los modos de internalización de los controles externos, derivados en parte de las transacciones del niño con los padres. A pesar de que la psicología del Yo contara con una relativa homogeneidad en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial –la llamada “era Hartmann”–, esta corriente dejó de ocupar el primer lugar en los años setenta. Tras la muerte de Hartmann, las relaciones objetales adquirieron mayor importancia y se afianzó el pluralismo teórico. La efervescencia de los Estados Unidos en un momento en que la filosofía postmoderna cuestionaba la “autoridad” y la crítica feminista los estereotipos inherentes al sexo y género del “falocentrismo” freudiano, también contribuyó a la crítica de la homogeneidad de la psicología clásica del Yo. Algunos de los factores adicionales que contribuyeron a este declive fueron los siguientes: la importancia excesiva del complejo de Edipo, entendido como un lecho procrustino; el hecho de que, en la práctica, la psicología del Yo a menudo partiese de interpretaciones de la experiencia-distante; la forma estricta e impersonal en que a menudo se llevaba a cabo el análisis; que a pesar del creciente volumen de estudios sobre el desarrollo, el trauma
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