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un diálogo lúdico, parecido a la ensoñación, con el “yo” del soñante. En este caso, la ensoñación substituye a la inhibición y la censura. En “El Ser y la Nada”, Jean-Paul Sartre (1943/1992) propone que lo que define al sujeto no es una estructura, sino un proyecto fundamental de existencia, es decir, el proyecto reemplaza al complejo. Los filósofos franceses, en particular, consideraron que la formulación psicoanalítica de Freud de una metapsicología del inconsciente era una proposición radical sobre el sujeto. Con la idea del inconsciente dinámico llega la noción del sujeto humano que es mucho más que conciencia (contiene la conciencia, pero no se limita a ella) y concentra fuerzas creativas descentradas dentro de sí mismo. Sin embargo, estos objetivos comunes se abarcan de varias formas: el intenso diálogo entre la filosofía y el psicoanálisis no solo está marcado por la complicidad y la admiración, sino también por la rivalidad y la competencia. Este tipo de diálogos multifacéticos y heterogéneos proliferan en muchas orientaciones psicoanalíticas en todos los continentes y culturas psicoanalíticas. La forma que toman a menudo está determinada por los problemas que rodean la traducibilidad del término y el significado. II. B. Terminología original de Freud y traducción del “Sí mismo”: Perspectiva de América del Norte y Europa Desde una pluralidad de perspectivas se ha observado (Gammelgaard, 2003; Kelen, 1990; Kernberg, 1982; Laplanche y Pontalis, 1973; Kohut, 1971; Winnicott, 1960; Grinberg, 1966) que la introducción y posterior elaboración del concepto del sí mismo en el psicoanálisis se remonta al desarrollo conceptual del “yo”/”ego”, así como a la ambigüedad y complejidad terminológica que lo rodea. Si bien una larga tradición filosófica y psiquiátrica ha traducido el alemán “Ich” por el inglés “Ego” (Meynert, 1885; Solms, 2019), algunos autores psicoanalíticos han cuestionado la utilidad de esta práctica seguida por la Edición Estándar de Strachey y el Comité del Glosario (James y Alex Strachey, Anna Freud, Ernest Jones y Joan Riviere), especialmente porque suma complejidad y ambigüedad al Ich freudiano. Freud empleó el “Ich” –el “yo” que Strachey traduce como “ego”– tanto para la estructura mental como para la agencia psíquica, así como para la experiencia más personal y subjetiva del “sí mismo”. Es decir, nunca separó el “yo” metapsicológico del “sí mismo” experiencial. Algunos autores contemporáneos que compararon el original alemán y la traducción de Strachey (Kernberg, 1982; Laplanche y Pontalis, 1973; Gammelgaard, 2003) consideran que la ambigüedad es un punto a favor en lugar de una debilidad del concepto “Ich”/”yo” de Freud. Esta ambigüedad transmite la riqueza de la tensión interna entre las propiedades subjetivo-experienciales y objetivo-autoreflexivas del concepto Ich/yo. En su opinión, la modificación de Strachey del “Ich” por el “ego” se
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