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mismo se relaciona con el mundo con poca base experiencial para diferenciar el sí mismo del objeto” (Rubens, 1994, p. 432). Durante el desarrollo, se forman subsistemas dentro del sí mismo que forman parte de la estructura endopsíquica de Fairbairn. Fairbairn (1963) lo define de la siguiente manera: “…el yo [sí mismo] original se divide en tres yos: un yo central (conciencia) unido al objeto ideal (yo ideal), un yo libidinal reprimido [sí mismo] unido al objeto excitante (o libidinal) y un yo antilibidinal reprimido [sí mismo] unido al objeto rechazador (o antilibidinal). […] Esta situación interna representa una posición esquizoide básica, más fundamental que la posición depresiva descrita por Melanie Klein. […] El yo [sí mismo] antibidinal, en virtud de su apego con el objeto rechazador (antilibidinal), adopta una actitud hostil e intransigente hacia el yo [sí mismo] libidinal y, en consecuencia, tiene el efecto de reforzar poderosamente la represión del yo libidinal por parte del yo central” (p. 35). En este sentido, según Robbins (1994), algunas ideas de la teoría relacional objetal de Fairbairn anticipan las elaboraciones que culminan en la psicología del Sí mismo de Kohut (Grotstein y Rinsley, 1994). (Ver la entrada TEORÍAS DE LAS RELACIONES OBJETALES) Donald Winnicott Donald Winnicott, figura central de la “Middle School” británica, ejerce una influencia histórica y contemporánea en la evolución del concepto del Sí mismo que va mucho más allá de su Inglaterra natal. Si bien es más influyente en Europa, su influencia prolifera en gran parte del pensamiento contemporáneo de América del Norte y América Latina. Winnicott (1965) sitúa la relación madre-hijo en el centro del desarrollo del sí mismo. En su modelo, el bebé busca instintivamente el reconocimiento y el apoyo de la madre. Considera que el “sí mismo” naciente del bebé es capaz de tener “gestos espontáneos” e “ideas personales” (Winnicott, 1960, p. 148). Pero el “sí mismo” solo puede desarrollarse en el contexto de una serie de interacciones con un cuidador que lo ame. Valiéndose de sus años de experiencia en pediatría, Winnicott destacó el impacto de la “relación real” entre madre e hijo. En su opinión, la omnipotencia del bebé estriba en el “ambiente facilitador” materno, pero las fallas inevitables de los padres, en el contexto de una “maternidad suficientemente buena” (Winnicott, 1953), hacen posible que el niño desarrolle un sí mismo resistente y saludable (“el verdadero sí mismo”). En el mejor de los casos, el bebé es capaz de utilizar el objeto (madre) “despiadadamente”, sin tener en cuenta la subjetividad del objeto (madre). El desarrollo saludable depende de que la madre-objeto sea capaz de “sobrevivir”, es decir, satisfacer las necesidades de su bebé de forma “suficientemente buena” mientras mantiene su propia subjetividad. De esta manera, el niño puede darse cuenta de que hay un “otro” que sobrevive a su agresión y existe fuera de su control omnipotente. Esto facilita el desarrollo de un sí
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