Diccionario enciclopédico de psicoanálisis de la API

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En el dominio del Sí mismo, Hartmann trató de distinguir el sí mismo, la autoimagen y la autorrepresentación, que contrastó, en oposición y reciprocidad, con las representaciones de objeto. Para su definición económica del narcisismo como un investimento libidinal del sí mismo, Hartmann se valió del ensayo de Freud, “Introducción del narcisismo” (Freud 1914), anterior a la teoría de las pulsiones de 1920 y a la teoría estructural de 1923, pero no abordó la agresión ni los problemas con los conceptos relacionados con el narcisismo, el yo y el sí mismo, ni su relación con el aparato psíquico, su estructura o su función (Blum, 1982). Todas estas cuestiones las exploraron las siguientes generaciones de pensadores freudianos (Jacobson, 1964; Blum, 1982; Rangell, 1982; Kernberg, 1982), quienes también formularon nuevas teorías del sí mismo (abajo). Sin embargo, la distinción incipiente de Hartmann entre el sí mismo como persona y la representación intrapsíquica de la persona o la autorrepresentación sigue siendo válida hoy en día. De hecho, en las elaboraciones influyentes de Jacobson y Mahler (a continuación), recupera algunos de los aspectos duales del “Ich” freudiano. Erik H. Erikson (1950, 1956, 1959) amplió el modelo del conflicto de Freud y lo situó en un contexto social y cultural donde tiene lugar el desarrollo. En contraste con el enfoque intrapsíquico y psicosexual de Freud, Erikson enfatizó el papel determinante de los factores sociales y ambientales en el desarrollo. Entendía el desarrollo como un proceso que duraba toda la vida y lo dividió en ocho estadios, cada uno organizado en torno a un conflicto psicosocial (por ejemplo, Primer estadio: Confianza vs Desconfianza). Si bien consideraba que las identificaciones, empezando por las de la infancia y la niñez, eran el modo principal de desarrollo del sí mismo, pensaba que la adolescencia, a medio camino entre la niñez y la adultez, era un periodo crítico para la consolidación de la identidad. Según Erikson, la identidad generalmente se forma después de tener cierta experiencia con la confusión de roles y la experimentación social. Acuñó el término “crisis de identidad” para describir las turbulencias que a menudo acompañan al desarrollo de un sentido del sí mismo. Para Erikson, este punto de inflexión en el desarrollo humano parece comportar la reconciliación entre la persona que uno ha llegado a ser con la persona que la sociedad espera que sea. Este sentido emergente del sí mismo comprende el proceso de forjar experiencias pasadas con anticipaciones de las futuras. Edith Jacobson (1964), siguiendo tanto a Freud como a Hartmann y valiéndose de su experiencia clínica con pacientes psicóticos, aclaró aún más la diferenciación entre las representaciones del sí mismo y las de objeto de las introyecciones tempranas y el desarrollo de estas estructuras. Jacobson trató de conciliar el énfasis de Freud en los procesos internos vinculados a las pulsiones con la importancia de la experiencia real, mediante un modelo de desarrollo que explicara sus interacciones e influencias mutuas y constantes. Jacobson hizo hincapié en que el yo y el superyó se desarrollaban en tándem con el sí mismo y las representaciones objetales, y destacó el papel central del afecto en este proceso. Introdujo la conceptualización de las “imágenes”,

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