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especificando que la génesis de las representaciones del sí mismo y del otro eran determinantes clave para el funcionamiento mental (Fonagy, 2001). Jacobson (1954) se dio cuenta de que antes de la formación de los límites del sí-mismo-otro, la percepción que tiene el bebé sobre el otro modela directamente la experiencia del sí mismo. Por lo tanto, la crucial interacción entre la experiencia real y la pulsión (libido y agresión) desemboca en un sentimiento de las experiencias anteriores y sienta las bases para las imágenes del sí mismo y los objetos que pueden determinar cómo podemos sentirnos sobre nosotros mismos y sobre los demás. Por ejemplo, las experiencias traumáticas pueden conducir a la internalización de las imágenes de un objeto frustrante y retentivo y de un sí mismo enojado y frustrado, mientras que una preponderancia de interacciones satisfactorias puede conducir a la internalización de imágenes positivas del sí mismo y de los demás. En su conceptualización de la separación-individuación, Jacobson se valió de las descripciones de Freud (1940) de la libido y la agresión como fuerzas de formación y ruptura de conexiones. Consideraba que la libido era esencial para que el niño integrara imágenes opuestas de objetos buenos y malos y del sí mismo bueno y malo, así como la agresión proporcional que causaba la separación y la diferenciación entre las imágenes del sí mismo y de los demás en el desarrollo. Sin embargo, un exceso de agresión puede hacer descarrilar este proceso. Jacobson señaló que la integración de imágenes buenas y malas (es decir, la madre “buena” o la “frustrante”) facilitaba la capacidad de tolerar estados de ánimo conflictivos que, a su vez, hacían posibles las experiencias emocionales e interpersonales complejas. En su trabajo seminal, “El Sí mismo y el mundo objetal” (1964), Jacobson combinó la teoría metapsicológica clásica con la fenomenología de la experiencia y propuso que las pulsiones instintivas no vienen “dadas”, sino que son “potenciales innatos” moldeados por procesos de maduración internos, así como por factores ambientales. Por lo tanto, el “mundo representacional” del niño (Sandler y Rosenblatt, 1962) se construye a partir de la experiencia consigo mismo y el ambiente sobre su sustrato psicobiológico innato. Según Jacobson, el bebé adquiere representaciones de sí mismo y objetales con valencias amorosas o agresivas, según sus experiencias gratificantes o frustrantes con la madre. Su término “representación” hace referencia al impacto experiencial del mundo interno y externo. Jacobson consideraba que las autorrepresentaciones eran estructuras complejas que comprendían “la representación intrapsíquica inconsciente, preconsciente y consciente del sí mismo corporal y mental en el sistema del yo” (Jacobson 1964, p. 19). Las formulaciones de Jacobson aportan un trasfondo teórico a la investigación de Margaret Mahler (1979) sobre el autismo y la psicosis simbiótica de la niñez, y a los estadios de separación-individuación normales y anormales.
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