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trata, por tanto, de un esquema complejo de los cambios progresivos-regresivos, dentro de la matriz de relaciones objetales y conflictos subyacentes, que conducen al surgimiento de una autorrepresentación cohesiva y un sentido relativamente ininterrumpido del sí mismo, solo después del avance de la constancia del sí mismo y del objeto en el tercer año de vida.
V. DESARROLLOS ADICIONALES Y CONTEMPORÁNEOS EN AMÉRICA DEL NORTE
V. A. Modelos integradores
Otto F. Kernberg Desde la década de 1970, Otto F. Kernberg ha ido desarrollando una versión de la teoría de las relaciones objetales dentro de la teoría estructural/psicología del yo. En su enfoque, las “unidades del sí-mismo-objeto-afecto” (Kernberg, 1977) son los determinantes primarios del conjunto de estructuras de la mente (es decir, el ello, el yo y el superyó). En el modelo de Kernberg (1982, 2004, 2012, 2013, 2014, 2015), un sí mismo “supraordinario” es la suma total de las autorrepresentaciones parciales y gradualmente más completas. Su teoría psicoanalítica de las relaciones objetales integra la activación neurobiológica de los sistemas afectivos, la diferenciación del sí mismo de los demás, la elaboración de una teoría de la mente y de la empatía, la evolución de la estructura del sí mismo y el desarrollo de los procesos de mentalización. En su ensayo, “Sí mismo, Yo, Afectos y Pulsiones” (Kernberg 1982), Kernberg clarifica sus puntos de vista sobre el desarrollo y la formación de estructuras a partir de una modificación de la teoría dual de las pulsiones. En este punto propone reservar el término “sí mismo” para la suma total de autorrepresentaciones en conexión íntima con la suma total de las representaciones de objeto. Al definir el sí mismo como una estructura intrapsíquica que se origina en el yo (“Ich”/“I”) y está incrustado en él, Kernberg se mantiene cerca de la insistencia implícita de Freud de que el sí mismo y el yo (“Ich”/“I”) están indisolublemente unidos. Este modelo concibe que el sí mismo está investido con pulsiones derivadas libidinales y agresivas integradas en el contexto de sus autorrepresentaciones componentes. Al volver a examinar el uso de Freud de “Trieb” (pulsión) y “Instinkt” (instinto), concluye que “Freud prefería Trieb , mejor traducido como ‘drive’ [‘pulsión’], precisamente porque concebía las pulsiones como sistemas de motivación psíquica relativamente continuos en la frontera entre lo físico y lo mental, en contraste con los instintos, que él veía como disposiciones conductuales innatas, discontinuas y rígidas” (Kernberg, 1982, p. 909, énfasis en el original). La Edición Estándar, sin embargo, Strachey traduce “Trieb” (pulsión) consistentemente
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