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como instinto. Al abordar el desarrollo de las primeras representaciones del sí mismo y de objeto relevantes para el desarrollo del sí mismo, Kernberg integra los hallazgos de la neurobiología contemporánea y los estudios del desarrollo infantil con su reformulación de la teoría dual de las pulsiones (en el original alemán de Freud) a la luz de la relación entre los afectos y las pulsiones. El sistema motivacional primario está formado por afectos que vinculan las representaciones del sí mismo y de objeto, gradualmente diferenciadas e integradas, con los afectos que se consolidan gradualmente en pulsiones libidinales o agresivas. En este modelo, los afectos se consideran los componentes básicos o constituyentes de las pulsiones. Kernberg siguió actualizando y perfilando su trabajo integrador durante los próximos 30 años. Kernberg (2015) enfatiza la complejidad dinámica de las primeras semanas y meses de vida. Afirma que ya durante la “fase simbiótica” ausente de límites (Mahler, Pine y Bergman 1975), cuando el bebé y la madre son una “unidad operativa”, los esfuerzos tempranos para la diferenciación del sí mismo y los rudimentos de la empatía están surgiendo como prerrequisitos para una “teoría de la mente” (Gergely y Unoka, 2011; Kernberg, 2015). La versión de Kernberg de la teoría psicoanalítica de las relaciones objetales (1982, 2004, 2015) relaciona los niveles del desarrollo de la estructura psíquica con la organización de la personalidad y la psicopatología. Reconoce dos niveles básicos de organización de la personalidad (límite y neurótico), que implican dos niveles básicos de desarrollo, siguiendo el nivel inicial en que no hay diferenciación de los límites entre el sí mismo y los objetos (psicosis): Las consideraciones de Kernberg sobre el niño preverbal son elaboraciones de las ideas de Jacobson y Mahler y de aspectos selectivos del pensamiento kleiniano. Según él, el niño preverbal construye una estructura psíquica dual dominada por los estados de máximo afecto. Las autorrepresentaciones idealizadas, relacionadas con un objeto idealizado y dominadas por los afectos positivos, se oponen a las representaciones negativas del sí mismo y del objeto donde dominan los afectos agresivos y frustrados. En estas condiciones, no existe una visión integrada del sí mismo o del objeto. Por el contrario, el sí mismo y el objeto están divididos o disociados en una representación idealizada y/o persecutoria del objeto parcial. Si las interacciones madre-hijo están dominadas por un afecto agresivo, se previene la integración requerida para la identidad del yo, lo que desemboca en un trastorno límite de la personalidad. Específicamente, en lo que respecta al narcisismo, la investidura se realiza en una “estructura del sí mismo patológica” (“sí mismo grandioso”), que contiene el “sí mismo real”, el sí mismo ideal y las representaciones de objeto ideales. Si embargo, si en los tres primeros años de vida, las condiciones de desarrollo facilitan la tolerancia a la ambivalencia de las relaciones emocionales positivas y negativas combinadas con los mismos objetos externos, el niño puede desarrollar un sentido integrado del sí mismo (el “sí mismo normal”, un concepto realista del sí mismo) y una visión integrada de otras personas significativas. En este punto, el logro
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