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Se describe a sí mismo como un “psicoanalista atraído por un nuevo concepto [la identidad yoica], no por sus preocupaciones teóricas, sino por la necesidad de expandir la conciencia clínica hacia otros campos (antropología social y educación comparada), y por la expectativa de que tal expansión, a su vez, beneficiaría el trabajo clínico” (Erikson 1956, p.56). En ocasiones, se creyó que su trabajo no era lo “suficientemente psicoanalítico”. En la actualidad, sin embargo, se ha revalorado, equiparándose a los intereses psicoanalíticos del siglo XXI, que toman muy en cuenta la influencia de la cultura. El pensamiento de Erikson acerca de las oscilaciones psíquicas en la formación de la identidad sigue siendo muy relevante para el pensamiento psicoanalítico contemporáneo. A pesar del obscurecimiento de los conceptos de autonomía primaria y secundaria, su planteamiento impulsó la creación de nuevos estudios sobre la interacción entre factores constitucionales y ambientales del desarrollo. La psicología del yo estimuló directa o indirectamente, al mismo tiempo que enriqueció, los estudios analíticos y observacionales del niño de Winnicott (1953), Spitz (1965), Jacobson (1958, 1964) y Mahler (Mahler, Pine y Bergman 1975), lo que dio paso a una mayor comprensión del dominio preedípico. Las formulaciones de Erikson y Rapaport, así como el “cambio de medios” y el “cambio de función” de Hartmann alentaron el estudio de las transformaciones del desarrollo : desde el desarrollo más temprano hasta el más tardío, y despertaron indirectamente un interés renovado por el trauma, que había sido descuidado por los psicólogos del yo (Blum 1987). La transformación del desarrollo que se logra con la autonomía secundaria es comparable a la transformación de la angustia traumática en la señal de angustia (Blum 1998). En contraposición a la hegemonía relativa de la que gozó la psicología del yo durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial (la llamada “era Hartmann”), se desplazó a un segundo plano en la década de los 1970 (Bergmann 2000). Tras la muerte de Hartmann, la teoría de las relaciones objetales cobró más importancia y se inició la era del pluralismo teórico (Blum 1998). La efervescencia social que se vivía en los EE. UU., el cuestionamiento filosófico sobre la “autoridad” en la era posmoderna y la crítica feminista al sexo biológico y a los prejuicios de género también contribuyeron a la crítica sobre la homogeneidad de la psicología del yo (Balsam 2012). Entre otras cuestiones que participaron de este cambio se incluyen las siguientes: 1. Un excesivo énfasis en el complejo de Edipo como lecho de Procusto (Blum 2010; Balsam 2015); 2. La falta de un método acordado basado en los principios psicológicos del yo. El análisis enfocado a la resistencia, tan fundamental para la psicología del yo, se solía practicar mediante una confrontación de las defensas, en lugar de su análisis (Busch 1999).
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