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y las pulsiones. En este escenario, son muchos los afectos que actúan como sistemas motivacionales primarios, enlazando las representaciones de objeto y del sí mismo en su proceso de diferenciación e integración, con afectos que se van consolidando en pulsiones libidinales o agresivas. En este modelo, los afectos constituyen los componentes básicos de las pulsiones. Kernberg continuó actualizando y perfeccionando su trabajo integrador durante los próximos treinta años. La versión de Kernberg de la teoría psicoanalítica de las relaciones objetales (1982, 2004, 2015) relaciona los niveles del desarrollo de la estructura psíquica con la organización de la personalidad y la psicopatología. Reconoce dos niveles básicos de organización de la personalidad (límite y neurótico), que a su vez implican dos niveles de desarrollo, siguiendo el nivel inicial de indiferenciación y disolución de los límites del sí mismo y de objeto (psicosis). Kernberg amplía las teorías de Jacobson y Mahler, a partir de una integración selectiva de ciertos aspectos del pensamiento kleiniano, y observa que el infante preverbal construye una estructura psíquica dual, dominada por los estados afectivos. En estas condiciones, el sí mismo y el objeto se dividen o disocian en representaciones de objeto parciales e idealizadas y/o persecutorias. Si el afecto agresivo domina las interacciones madre-hijo, se ve obstaculizado por la integración necesaria para la identidad del yo, lo que causa un trastorno límite de la personalidad. Concretamente, en lo que respecta al narcisismo, la investidura se encuentra en una “estructura patológica del sí mismo” (“el yo grandioso”) que contiene el “sí mismo real”, el “sí mismo ideal” y las “representaciones de objeto ideal”. Sin embargo, si en los tres primeros años de vida las condiciones del desarrollo hacen posible la tolerancia a la ambivalencia de las relaciones emocionales positivas y negativas combinadas con los mismos objetos externos, el niño es capaz de desarrollar un sentido integrado del sí mismo (el “sí mismo normal”, el concepto del sí mismo realista) y de contar con una visión integrada de los seres queridos. En este caso, el logro del sí mismo y de la constancia de objeto da lugar a la formación de la identidad del yo . La estructuración interna resultante delimita el ello y crea un yo con funciones sublimadoras que posibilitan la expresión adaptativa de las necesidades emocionales en lo que respecta a la sexualidad, la dependencia, la autonomía y la autoafirmación agresiva/asertiva. Las relaciones objetales internalizadas que contemplan exigencias y prohibiciones éticas transmitidas durante las interacciones tempranas del infante con su entorno psicosocial se integran al superyó. Este nivel más integrado (neurótico, “normal”) de organización de la personalidad tolera los conflictos intersistémicos e intrapsíquicos de las tres agencias: el ello, el yo y el superó (conflictos de pulsión- defensa). En este caso, la represión constituye la modalidad defensiva predominante. En su última integración teórica, Kernberg (2004, 2015) propuso un marco evolutivo general que integra la teoría psicoanalítica/estructural del desarrollo, arraigada en la teoría de las relaciones objetales, con aspectos de la neurobiología evolutiva. Su conclusión está relacionada con el desarrollo de los sistemas
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