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por el contexto en el que se encuentra. Es decir, cada figura tiene su fondo o campo; una figura nunca existe aislada, sin un campo. Las características del fondo determinan recíprocamente las características de la forma en configuraciones significativas. Además, las formas (gestalts) se crean en el acto de percepción, no simplemente a nivel de la actividad cerebral. Son el resultado de la totalidad compleja del proceso perceptivo. Este uso incipiente del concepto de campo, que enfatizaba la contextualización y la interdependencia en la percepción, se generalizó a otros tipos de fenómenos. Por ejemplo, un reflejo motor aparentemente simple cambia significativamente en distintos campos. Si a uno se le traba el pie en una raíz mientras camina por el campo, los músculos flexores del pie se relajan súbitamente para evitar la caída. Pero si uno da un paso en falso al descender una cuesta empinada, los músculos flexores se contraen. En lugar de entender estos reflejos como asociaciones elementales de estímulo-reacción, se los considera como reacciones holísticas en las que “los estímulos aparecen en situaciones totales distintas o, en otras palabras, cuando tienen significados distintos para el organismo” (Goldstein, 1939, p. 166). Cada reflejo, aunque se estimule de la misma forma, se produce en un campo distinto como una “situación total” (p. 166) y, por lo tanto, se organiza de forma distinta. Dicho de otro modo, el tipo de compromiso y significado de la experiencia se produce en un contexto. El campo fue elaborado posteriormente como un “principio fundamental de la Gestalt” (Koffka, 1935, p. 41), extrapolándose de su uso científico en Física. Desde esta perspectiva, la dinámica de cualquier sistema no se deriva de los objetos individuales y aislados, sino de “las relaciones mutuas de los factores en situaciones concretas, es decir, esencialmente, de la condición momentánea del individuo y la estructura de la situación psicológica” (Lewin, 1935, p. 41). El campo psicológico, como el campo electromagnético o gravitacional, se entendía como un sistema dinámico de fuerzas que moldeaban el comportamiento de los individuos dentro de ese sistema (Koffka, 1935, p. 42). La “fuerza” en un campo psicológico se describía de varias maneras, como necesidades, intenciones, tensiones, predisposiciones que creaban “valencias” o direcciones en el campo. Especialmente en manos de Lewin, la teoría del campo abrió un espacio para describir sistemas complejos sin recurrir a deducciones causales o reduccionistas en torno al instinto o al entorno. Las propiedades del campo, tal y como las propusieron los gestaltistas, enfatizaban los eventos concretos en situaciones inmediatas. El campo integra al individuo en un “sistema interdependiente con otros” (Wertheimer, 1925/1938, p. 6), donde las acciones de uno únicamente pueden considerarse en relación con otros en el sistema. El concepto de campo dio varios giros desde sus orígenes gestálticos. Uno de ellos por los teóricos estadounidenses, mientras que otro tuvo un influjo en la filosofía y la psiquiatría continentales. En América Latina, la perspectiva gestáltica, en especial el trabajo de Kurt Lewin, es valorada porque priorizó el “espacio vital” (entorno) del individuo y su dinámica entre los determinantes de su comportamiento. Como gestaltista y fundador de la psicología social, Lewin refutó el asociacionismo y enfatizó la importancia de la
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