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la actividad del cuerpo”; es decir, el acceso entre el interior y el exterior (Merleau- Ponty, 1964b, p. 319). Más tarde, en los años 1950, Merleau-Ponty volvió a variar su perspectiva sobre el inconsciente y el campo, pasando de un campo perceptivo que no se ve a una estructura de la experiencia donde la reciprocidad entre el adentro y el afuera, entre el sí mismo y el otro, se experimenta en la capacidad de respuesta corporizada. La proyección y la introyección no sólo son parte de las estructuras más flexibles y menos diferenciadas del niño, sino que se universalizan como una dimensión de la experiencia adulta, algo que Merleau-Ponty vio como “la contribución más interesante” de Freud (Phillips, 1999, p. 77). Merleau-Ponty y Lacan se inspiran en el trabajo de Freud (1915) sobre las inversiones y lo negativo. El “transitivismo” hace referencia a las sustituciones que se dan entre el sí mismo y el otro. Una niña de 3 años se golpea la pierna y no reacciona, mientras que su amiguito llora en respuesta a este golpe y se frota la pierna. Aunque la investigación contemporánea haya cuestionado la perspectiva del niño indiferenciado, estas transposiciones todavía se encuentran fácilmente en la experiencia y se convierten en una nueva forma de concebir el proceso inconsciente. En esta reciprocidad, Merleau-Ponty (1968) detectó la cualidad del sueño en la vigilia en que, a nivel de experiencia corporal, la separación y la diferenciación retroceden hacia la permeabilidad de la sensación, de nuestra receptividad hacia los demás, donde nos encontramos a nosotros mismos en los demás y a los demás en nosotros mismos. Nuestras relaciones de vigilia con los objetos y los demás tienen, por principio, un carácter onírico: los otros están ahí para nosotros de igual modo en que lo están los sueños, o los mitos, y esto es suficiente para cuestionar el abismo entre lo real y lo imaginario (p. 48). En lugar de localizar el inconsciente detrás de la consciencia, el inconsciente es el aspecto onírico de toda conciencia en vigilia que hace posible las relaciones (Phillips, 1999, p. 79). Phillips (1999, p. 80) remitió a una maravillosa cita de Merleau-Ponty, publicada póstumamente, que capta esta última descripción del inconsciente: “Se habla siempre del problema de ‘otro’, de la ‘intersubjetividad’, etcétera. … En realidad, lo que hay que comprender, más allá de las ‘personas’, son los existenciarios según los cuales las comprendemos, y que son el sentido sedimentado de todas nuestras experiencias voluntarias e involuntarias; ese inconsciente que hay que buscar, no en el fondo de nosotros, detrás de nuestra ‘conciencia’, sino delante de nosotros, como articulaciones de nuestro campo. Es ‘inconsciente’ porque no es objeto, pero es por lo cual los objetos son posibles, es la constelación en la que se lee nuestro porvenir. Está entre ellos como el intervalo de los árboles entre los árboles, o como su común nivel” (Merleau-Ponty, 1964/1968, p. 180). En esta formulación, el inconsciente es el campo de los “existenciarios” que trascienden nuestra individualidad, estructuras de significación vividas más que conocidas, “como todas las estructuras, entre nuestros actos y nuestros fines y no detrás de ellos” (Merleau-Ponty, 1964b/1968, p. 232). Este “entremedio” es una matriz
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