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las fantasías están siempre estructurados y movilizados por las pulsiones (que así conservan una posición motivacional básica). Generalmente, sin embargo, el énfasis principal se trasladó del activador pulsional –el aspecto económico y las necesidades fisiológicas– a la estructuración psíquica del objeto en términos de objeto “parcial” y “total”, “bueno” y “malo”; “bueno” cuando está investido libidinalmente, y “malo” cuando es atacado por la agresión, la envidia o el odio, todos considerados derivados de la pulsión de muerte. La escisión del objeto se convirtió en el principal mecanismo de defensa, junto con la “identificación proyectiva”, mecanismo descrito por Klein, mediante el cual el sujeto (el bebé, el paciente) se deshace de partes insoportables de sí mismo proyectándolas sobre el objeto (o, en la teoría kleiniana, sobre su representación). La “reparación” se convierte en la principal “misión vital” psicológica del sujeto. Basándose en hallazgos clínicos con niños, Melanie Klein puso énfasis en las fantasías destructivas tempranas. Estas las entendía como ecos de un sadismo básico y, desde principios de los años treinta, como derivados de la pulsión de muerte, un fundamento destructivo universal y constitucionalmente dado. Para Klein, la pulsión de muerte se dirigía originalmente hacia el yo y, por tanto, era vista como la principal causa de la escisión del objeto en un “pecho bueno” (que sirve a las pulsiones de vida) y un “pecho malo” (que refleja la destructividad de la pulsión de muerte), así como la fuente principal de cualidades persecutorias, desintegración, angustia de aniquilación y temor a la muerte. Todas estas cualidades fueron conectadas a la posición esquizoparanoide , mientras que la posición depresiva fue marcada por el principio integrador del Eros (Klein, 1946). En un nivel clínico, el fenómeno de la envidia , uno de lo conceptos fundamentales de la teoría kleiniana, también ha sido atribuido a la pulsión de muerte (Klein, 1957). El sujeto humano se caracteriza por una dificultad fundamental para ver y aceptar objetos nutritivos, buenos, animados, amorosos y estimulantes. Ser receptor (y no proveedor) de estas cualidades hace que el sujeto se sienta demasiado vulnerable, y la pulsión de muerte –la destrucción de la vida y de los objetos que dan vida– prevalece. Bion (1959) elabora este tema en un artículo sobre el ataque al vínculo (amoroso y vivificante), y Herbert Rosenfeld (1971) hace lo propio en su teoría del triunfo narcisista en la destrucción de procesos potencialmente generadores de vida. La interpretación de la pulsión de muerte en términos de agresión, envidia y ataques al objeto ha sido criticada como una concretización de los principios psíquicos básicos (como el de ligazón y desligazón). A esto se añade que la agresión puede considerarse como algo que aumenta tensiones, en lugar de descargarlas –y en ese sentido pertenecería al principio de las pulsiones de vida. Al mismo tiempo, la característica principal atribuida a la pulsión de muerte –la descarga de energía y la reducción de tensiones– debería identificarse con el “principio del placer” (y no con Eros). Esta paradoja puede haber sido uno de los motivos que llevaron a Lacan a considerar la pulsión de muerte como un aspecto presente en toda pulsión.
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