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Mientras que los ciclos de proyección e introyección siguen funcionando, se da un momento (que, según Klein, empieza hacia los 4-6 meses) en que el bebé se da cuenta de que el objeto odiado, que es expulsado y atacado ferozmente en la fantasía, es el mismo objeto nutritivo y amado que desea poseer amorosamente. El niño va tomando conciencia de sus ataques al objeto amado. Si puede soportar esta confluencia de figuras amadas y odiadas, en lugar de la ansiedad persecutoria y de supervivencia de la llamada “posición esquizoparanoide” primitiva, en la que predominan los “objetos parciales” fantásticos, la ansiedad se centra en el bienestar y la supervivencia del otro, percibido como un “objeto completo” más real y complejo. Gradualmente, la persecución provoca sentimientos de culpabilidad y tristeza aguda, vinculados a la profundización del amor. Con la añoranza por lo que se ha perdido o ha sido dañado por el odio viene la necesidad de reparar. Se expanden, entonces, las capacidades del yo y el mundo se percibe de más forma más rica y realista. El control omnipotente del objeto, que ahora se siente más real y separado, disminuye. Estos son los comienzos de la posición depresiva. La maduración está, por tanto, estrechamente ligada a la pérdida y el duelo; como señala Roger Money-Kyrle (1955), la teoría de Klein incorpora una moralidad natural, basada en el amor y la culpa, que no se enseña, sino que se descubre en el transcurso del desarrollo. El reconocimiento del otro como algo separado de uno mismo abarca las relaciones personales del otro, lo que significa que la conciencia de la situación edípica inevitablemente acompaña a la posición depresiva. Ronald Britton (1989, 1992) desarrolla este punto: muestra detalladamente que la posición depresiva y el complejo de Edipo no solo concurren en el desarrollo, sino que superar uno implica necesariamente superar el otro. En la posición esquizoparanoide, Klein (1932, 1952a) plantea la fantasía de una “figura parental combinada” temerosa y perseguidora: el cuerpo materno que contiene el pene del padre y los bebés rivales. Esta versión primitiva de la pareja, fantaseada como en un coito continuo, exhibe rasgos sádico-orales, uretrales y anales debido a las proyecciones de la sexualidad infantil y el sadismo. En la posición depresiva, sin embargo, existe la conciencia de un tercer objeto verdadero, interno y externo, que, aunque provoca sentimientos de celos y envidia, también proporciona estabilidad a la situación interna. “La capacidad del niño para gozar al mismo tiempo la relación con ambos padres, lo cual constituye un rasgo importante de su vida mental y está en conflicto con sus deseos (instigados por celos y ansiedad) de separarlos, depende de lo que sienta como individuos separados. Esta relación más integrada con sus padres (distinta de la necesidad compulsiva de mantenerlos separados uno del otro y de impedir el acto sexual) implica una mayor comprensión de sus relaciones mutuas y es una condición previa de la esperanza del niño de acercarlos y unirlos de forma feliz” (Klein, 1952c, p. 79, nota al pie).
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