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repetidamente, ampliando así la red simbólica y la capacidad de generar pensamientos más abstractos. Como hacen las madres con sus bebés, los analistas aplican su capacidad de ensoñación durante las sesiones. Cuando el soñar es posible, el analizado sueña inconscientemente lo que está ocurriendo aquí y ahora en el campo analítico. A través de la asociación libre, el analizado le cuenta al analista estos sueños –deformados por las defensas– mediante la descripción de imágenes, fantasías, sentimientos e ideas que acuden a su mente cuando practica la asociación libre. Los relatos abarcan emociones y acciones. Como el analizado está despierto, la elaboración secundaria hace que el relato esté más o menos organizado, desafiando así la habilidad del analista, ya que él también está incluido transferencialmente en estos dueños. El analista también sueña con lo que sucede en el campo analítico. La asimetría de la relación convierte al analista en “el otro” de la relación intersubjetiva, y vuelve a soñar los sueños del analizado y las experiencias emocionales que no pudieron ser soñadas. La observación cautelosa demuestra que, en algún momento, el analista se ocupa de los “sueños-para- dos”, es decir, sueños que fueron creados por la díada analítica que incluyen hechos más allá de los sueños individuales de cada miembro de la díada. Entonces, se puede decir que “la díada analítica sueña tanto los sueños como los no-sueños que son parte del campo analítico”. También se puede afirmar que “el campo analítico sueña los sueños y no-sueños que lo configuran”. De ello se desprende que la expansión de las ideas dependa del ángulo utilizado para observar el campo onírico. Cuando el paciente (o parte de él) no tiene suficiente capacidad para simbolizar, no puede soñar ni pensar. Los estímulos sensoriales y emocionales no simbolizados son expulsados a través de la identificación proyectiva. Esta expulsión puede incluir partes escindidas del aparato pensante (funciones mentales) y constituir objetos bizarros. Aquí se entra en una zona de funcionamiento de las partes psicóticas y no representadas de la personalidad. El producto de estas identificaciones proyectivas se expresa en el campo analítico a través de descargas en forma de actos, síntomas físicos, alucinaciones, creencias, fanatismo, delirios, vacíos y otras transformaciones en alucinosis (Bion, 1965), es decir, en no-sueños (Cassorla, 2005, 2008). En esta zona psicótica (con déficit simbólico) el analista también escucha, pero, sobre todo, siente o sufre en cuerpo propio la acción de la identificación proyectiva del paciente, su no-sueño, que trata de inducir al analista a evitar el cambio psíquico. Al principio, el analista debe dejarse llevar, experimentando los aspectos que el paciente intenta eliminar. Pero simultáneamente, o poco después, debe desvincularse de esta identificación soñando, pensando e interpretando lo que está sucediendo. Es decir, el analista sueña el no-sueño del paciente. La interpretación del analista se convierte en parte de la red simbólica del paciente. Pero el analista puede a veces dejarse envolver por la identificación proyectiva masiva del paciente y perder así su capacidad analítica. Cuando esto ocurre, el analista se vuelve incapaz de dejar que el no-sueño del paciente se transforme en un sueño. En estas situaciones, analista y paciente corren el riesgo de permanecer indiscriminados, o
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