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entrelazamiento entre objeto y pulsión es el “ sine qua non ” del desarrollo de la sexualidad infantil (Kulish, 2019). En este sentido, Kulish también reconoce el aporte del pensamiento kleiniano, según el cual “las fantasías sexuales y agresivas inconscientes son representaciones mentales de los instintos y son inherentemente relacionales” (ibid., p. 1220). Junto con muchos autores norteamericanos e internacionales (Dunn, 1993; Hadley, 1992; Schwartz, 1987; Solms, 2012), Kulish otorga un papel cada vez más relevante al mundo interno de los objetos y al entorno interpersonal externo en la conformación de las pulsiones, llegando a sostener que pulsión y objeto, pulsión y entorno no pueden separarse. Inspirada también en Loewald (1971a, b; 1985), ella sostiene que las pulsiones son esencialmente comunicativas, ya que el individuo proyecta sentido sobre los otros significativos en el acto mismo de relacionarse libidinalmente con ellos. La situación analítica puede convertirse en un campo erótico (en sentido amplio), y la transferencia en la (nueva y vieja) vida amorosa del paciente, en la cual los objetos amorosos están investidos con significado . De forma más compleja, el pensamiento de Kulish sobre el vínculo intrínseco entre sexualidad y objeto está influido por la teoría de la seducción originaria de Jean Laplanche (1997, 2004, 2007). Específicamente, Kulish trabaja con la extensión que Laplanche hace del concepto freudiano de “apoyo”, según la cual las pulsiones sexuales “se apoyan” en los instintos de autoconservación originales satisfechos durante el cuidado temprano: el niño se enfrenta a sensaciones confusas, misteriosas, que no puede comprender ni integrar, pero que, sin embargo, despiertan y comienzan a moldear sus propios sentimientos y deseos sexuales, estimulando una respuesta sensual/sexual innata, además de las zonas corporales postuladas por Freud. Así, lo que el infante capta inicialmente como sexualidad es algo misterioso, abrumador y no dicho. Sin embargo, mientras que para Laplanche esta sexualidad infantil de naturaleza enigmática – sexualidad mediada por la fantasía– no es innata, sino que es una implantación del otro, y por tanto la pulsión sexual se forma solo en la pubertad, Kulish sostiene que sí existen fuentes sexuales innatas, endógenas y continuas desde la infancia temprana. Esto se alinea con hallazgos recientes sobre niveles hormonales que podrían desempeñar un papel en la sexualidad infantil: los niveles hormonales son elevados en los primeros meses de vida y luego aminoran. Kulish teoriza que existe una excitabilidad general desde la infancia, pero que se requiere algo más para que se convierta en un factor determinante del desarrollo (Kestenberg, 1976; Hadley, 1992). Igualmente, algunos neurocientíficos (Panksepp y Biven, 2012) proponen la existencia de varios sistemas motivacionales innatos, tales como la lujuria ( lust ) o la búsqueda ( seeking ), que funcionan en tándem y podrían estar involucrados en las primeras experiencias de la sexualidad infantil. En suma, para Kulish, la pulsión (sexual) es moldeada, pero no construida, por el otro .
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