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teóricas y técnicas de estos descubrimientos. Sin embargo, se puede afirmar que ambos modelos son modelos de “una persona”. Ambos modelos de Freud describen la enfermedad neurótica como una mente en guerra consigo misma y no en guerra con el mundo exterior. Ya en Estudios sobre la histeria (Freud, 1893-1895), Freud trae a colación casos de mujeres que enfermaron tras convertirse en objeto de un pensamiento “inaceptable”, en profundo desacuerdo con sus ideales morales o su orgullo. Antes de recurrir a la ayuda externa, estas mujeres movilizaron una operación defensiva que les dio una tregua para soportar el pensamiento inaceptable. Estas mujeres eran capaces de representar el deseo prohibido y, al mismo tiempo, aunque brevemente, pudieron reconocerlo como una parte inaceptable de sí mismas. Además, su defensa de la represión no destruyó esta representación. El caso de Lucy R. es ejemplar: reconoció, durante el cuestionamiento de Freud, que sabía que estaba enamorada de su jefe, pero que “no lo sabía o, mejor, no quería saberlo. Quería quitármelo de la cabeza, no pensar nunca más en ello, y aun creo que en los últimos tiempos lo había conseguido” (p. 117). Cuando Freud le ofreció sus interpretaciones, Lucy R. pudo aceptarlas como relatos razonables de un conflicto interno y pudo distinguir la fantasía o realización de sus deseos de la realidad externa. El “tercer modelo” hace referencia a una situación muy diferente, que tiene lugar en la prehistoria del individuo, antes de que su aparato psíquico alcance la sofisticación de la mente freudiana como se describe en la Interpretación de los sueños (Freud, 1900). Según el tercer modelo, la mente no siempre es capaz de funcionar dentro de su propio círculo de representaciones y juzgarlas como tales. Para empezar, esto depende del nebenmensch (Freud, 1950 [1895]), del otro cercano, para asegurarse de que la psique no se vea abrumada por excitaciones internas y externas; además, depende de la fiabilidad, la ensoñación y la respuesta moderada del cuidador para aprender a distinguir la fantasía de la realidad. La modulación de la estimulación del cuidador, quien asume la función de barrera del estímulo, facilita que el bebé pueda reconocer los impulsos libidinosos y agresivos como partes no traumáticas de sí mismo. De manera que el tercer modelo hace referencia a un momento de la vida previo al desarrollo de los otros dos modelos. El tercer modelo fue descubierto de forma teórica, pero describe una situación que se da antes que cualquier otra cosa en la vida del individuo. El caso del hombre lobo (Freud, 1918) revela un tipo de funcionamiento mental bastante distinto de las emociones subjetivas de los “pastelitos quemados” de Lucy R. Cuando alucina que pierde un dedo, el hombre lobo no reconoce el impulso como propio y lo proyecta hacia fuera. Su alucinación no está calificada como “subjetiva”. Su último episodio de psicosis demuestra aún más que no había alcanzado el nivel de funcionamiento “neurótico” de una-persona. Freud, en su interpretación en base a la angustia de castración, relacionó cortar un dedo con talar un árbol, pero no tuvo ningún impacto: el hombre lobo no había alcanzado un aparato psíquico capaz de apreciar la riqueza de la metáfora cuando hacia referencia a la pulsión. Desde el punto de vista del sujeto inconsciente, puede afirmarse que las personas que se encuentran dentro del espectro neurótico-normal tienen una vida “interna”,
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