Diccionario enciclopédico de psicoanálisis de la API

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Admitimos dos pulsiones básicas, y dejamos a cada una su propia meta.” (Freud 1933, p. 107 [99-100]). Según Otero, sostener los conceptos de pulsión de vida y de muerte como uno de los pilares de la teoría psicoanalítica pone en evidencia la complejidad de las fronteras y los múltiples vértices desde los cuales puede teorizarse el fenómeno humano, con vastas implicancias para la práctica y el método psicoanalítico. VI. Fc. Carlos de la Puente Carlos de la Puente , en “Deseo, existencialismo y psicoanálisis. Senderos que se bifurcan y que convergen” (2011), retoma la propuesta sartreana según la cual el deseo por otra persona no surge como una fuerza psicobiológica, sino como resultado del deseo de apropiarse de la subjetividad del otro: sus deseos, sus fantasías, sus múltiples posibilidades como ser humano; de engullir o absorber su libertad y su capacidad de movimiento. Para Sartre, el problema del deseo es que, al reducirlo a la pulsión, se ignora la responsabilidad que el ser humano tiene en su propio desear. Desde una visión algo anticuada del trabajo de Freud, la crítica de Sartre se centra en una supuesta “visión mecanicista” del deseo, reduciéndolo a pulsión. Desde este punto de vista, el psicoanálisis olvida que el desear también es fruto de una elección. La crítica del existencialismo de mediados del siglo XX cuestiona la idea de la pulsión como una fuerza psicobiológica que, de alguna forma, se almacena en la mente. Sartre y Merleau- Ponty se oponen a la idea de que la esencia del deseo sea una fuerza biológica impersonal, como una pulsión, y a la idea de que la pulsión pueda convertirse en algo que existe al margen de aquello hacia lo que está dirigida. Wittgenstein también señaló que uno solo puede hablar de la mente si no la entiende como una entidad misteriosa, conceptualmente independiente de las circunstancias personales. De la misma manera, no se puede ver o tener intuición del “deseo” sin percibir al mismo tiempo lo que se desea. Mucho menos puede considerarse que los “impulsos” o “pulsiones” sean entidades que no dependen conceptualmente de los contextos donde existen. Entre los teóricos psicoanalíticos de las pulsiones que se acercan a las perspectivas filosóficas de Sartre y Merleau-Ponty, De la Puente menciona a Fairnairn, Kernberg, Lorenzer, Winnicott, Loewald y Marcia Cavell. Para Kernberg, los estados afectivos activan impulsos en presencia de las propias representaciones del sujeto y de un “objeto”. En este caso, un impulso no puede concebirse fuera de un drama intersubjetivo, lo que coincide con el punto de vista de Sartre y Merleau-Ponty, según el cual el “impulso” no puede distinguirse conceptualmente de las interacciones o relaciones entre personas. Según De la Puente, existe un elemento crucial en la teoría de Kernberg que lo acerca aún más a los existencialistas: esta “díada” –imagen del sí mismo-imagen del objeto, unidas por un lazo entre impulso y afecto (unidad sí mismo- afecto-objeto)– puede ser usada defensivamente por el yo. (Ver la explicación específica de la teoría de Kernberg en la sección norteamericana, IV. Faa). De la Puente también afirma que Alfred Lorenzer se aproxima a las ideas de Sartre y Merleau-Ponty,

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