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Esta dramatización de la lucha puede representarse dentro del sujeto mismo, quien asume el papel del Yo represor y al mismo tiempo el del objeto de sus propias pulsiones sexuales reprimidas. También puede representarse como un vínculo interactivo con un “otro” del mundo externo. En este caso, la pulsión agresiva puede desempeñar el papel de la pulsión yoica agresiva que mata la pulsión sexual del otro, o también el de la pulsión sexual que mata las pulsiones yoicas y de autoconservación del individuo, destruyendo los procesos de simbolización y, eventualmente, la vida misma. La agresión desempeña aquí un papel secundario, en los procesos dinámico y económico de las pulsiones sexuales, yoicas o de autoconservación. Marcano sigue el destino de la agresión a lo largo de la evolución de la teoría pulsional, desde su papel como componente de todas las pulsiones, hasta su inserción en el contexto de las relaciones sujeto-objeto, entre el yo y la realidad externa, entre placer y displacer, incluyendo los afectos de amor y odio que estas relaciones generan. En esta evolución, a medida que el papel del objeto se vuelve más prominente, también se enfatizan las propiedades transformadoras y “transmutativas” de la agresión. Cuando el objeto es fuente de displacer, es rechazado y odiado, lo que puede escalar hasta contener el propósito de su aniquilación. Pero en la aniquilación del objeto, fuente de displacer, también se eliminan los aspectos de los estímulos pulsionales internos displacenteros que han sido disociados del sujeto y proyectados o reproyectados al mundo externo. El odio que mata al objeto no sería resultado o expresión de un instinto original que tiende a la destrucción para restaurar un estado inorgánico (como lo sugiere Freud en su última teoría pulsional), sino que sería secundario a la emergencia del displacer proveniente del mundo externo que estimula el deseo. El objetivo siempre es hacer desaparecer el displacer, y con él el sentimiento de odio, dando lugar al amor al encontrar objetos que generen placer. A partir de ahí, se desarrollan los vínculos de amor y odio que adoptan diferentes formas. Según Marcano, lo que define los distintos puntos de vista es el énfasis en lo que ocurre en el nivel de constitución de la psique, donde habría un movimiento desde un estado mental “narcisista” (como lo llama Freud) o “autista” (como lo llama Bleuler) hacia una relación objetal , emergiendo desde un estado biológico inicial hacia un estado mental, en el mundo extrauterino, donde el objeto, con toda su historia psíquica, proporciona al sujeto naciente un modelo identificatorio. Freud lo señaló en “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), al definir la identificación como “la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona” (ibid. p. 105 [99]). En esta línea, Marcano se pregunta si lo psíquico pertenece a una mitología o a una teoría psicoanalítica de los afectos que se constituyen en el Objeto (otro) y que constituirían al Sujeto por identificación. En una derivación teórica de alto nivel, incluyendo el trabajo de Klein sobre la identificación (1955), Marcano teoriza que los actos quizá representen también un lenguaje que expresa las vicisitudes del amor y el odio, que luego, tras la integración psíquica, pueden comunicarse mediante la representación de cosa y de palabra,
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