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asesino incestuoso que todos llevamos dentro, tendemos a experimentar sentimientos de horror y una conducta auto-punitiva. Por consiguiente, durante el tratamiento analítico y, concretamente, durante la transferencia, nos enfrentamos a contenidos derivados del conflicto entre el deseo y la prohibición, y también a vivencias reales que provienen de aquello que se ha disuelto. Cuando la fase del complejo de Edipo termina, una parte se reprime y otra queda sepultada. Sin embargo, en los pacientes neuróticos, estos procesos no acaban de funcionar correctamente: tienden a aparecer síntomas y otras ocurrencias donde se manifiestan los aspectos que en principio estaban enterrados (es decir, los impulsos instintivos incestuosos y parricidas). Cuanto más grave es la condición, mayor presencia adquieren estos elementos disueltos. Estos son los dos aspectos de la transferencia: lo reprimido, con síntomas típicos de la neurosis de transferencia, y la tragedia, que a su vez se presenta por la compulsión de repetición. En el núcleo del complejo, que todos los individuos han experimentado con sus dosis de amor y odio y limitado con prohibiciones, encontramos la tragedia, cuya matriz es parte de la esencia humana y la reviven todos y cada uno de los niños en su fase de omnipotencia. Freud establece la relación entre la tragedia edípica y el drama del personaje de Hamlet, para luego sentar las bases de una teoría que se centraría en la compulsión de repetición. Freud, de hecho, expone que esta compulsión se basa en la resistencia del ello y la domina la pulsión de muerte, un concepto cuya introducción representó un importante giro para la teoría psicoanalítica. Esta compulsión a descargar – pulsión destructiva – permanece latente durante el tratamiento, y más adelante pasa a ocupar la escena transferencial con una resistencia máxima. El analista percibe una resistencia activa del yo inconsciente contra el tratamiento de la resistencia reprimida que el yo consciente repudia. Lo reprimido está separado del yo por las resistencias de la represión, pero puede comunicarse con el yo a través del ello. En El yo y el ello (1923), junto con Más allá del principio del placer (1920), se contextualiza el yo como el representante (Repräsentanten) de la razón y la prudencia, mientras que las pasiones (pulsiones) prevalecen en el ello y son capaces de cruzar sus fronteras. La descripción que hace Freud de la resistencia al trabajo analítico, enunciada en escritos metapsicológicos anteriores a 1920, culmina en Más allá del principio del placer , donde el fenómeno clínico de la compulsión de repetición toma ciertas características de las pulsiones, así como exigencias para emprender la lucha contra la necesidad punitiva del yo, sobrevenida por el error trágico originado en las acciones edípicas hacia las que se dirige al sujeto martirizado y, al mismo tiempo, por las exigencias del superyó. Si el yo se somete a un superyó despiadado, se crea una intensa alegría masoquista que puede poner en peligro el análisis. Aun cuando el analista vea algún
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