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avance, esta alegría acabará desencadenando una reacción terapéutica negativa, provocando vivencias transferenciales interpretables de tipo neurótico. Las vivencias transferenciales trágicas (tragedia edípica, prehistoria personal), tales como la ansiedad y el letargo, hacen referencia al material enterrado, “real”, y necesitan ser trabajadas en el acto, en el “ahora” de la sesión. Además, el material trágico enterrado puede activarse a través de un trauma reciente y producir una descarga somática, puesto que el yo es sobre todo un yo corpóreo (Freud, 1923). Entendido a través de estos avances teóricos, sobre todo en Más allá del principio del placer y El yo y el ello , el castigo que infringe el superyó asesino sobre el yo, impulsado por la pulsión de muerte del ello, se manifiesta de varias formas en la tragedia del “destino” de Edipo y en la agonía de Hamlet. En la segunda teoría topográfica/estructural, Freud señala un cambio importante en la dinámica de la transferencia. Si hasta entonces se había creído que era impulsada por la fuerza del deseo, ahora se presenta como vinculada a la compulsión de repetición y la esfera de la acción, de la descarga. Debe notarse que Freud terminó de escribir sus artículos sobre la técnica psicoanalítica en 1918, antes de elaborar la segunda topografía. No es hasta 1937, en “Análisis terminable e interminable” (Freud, 1937a) y “Construcciones en el análisis” (Freud, 1937b), que Freud recupera los problemas técnicos que plantea la introducción de la compulsión de repetición y la pulsión de muerte, especialmente en relación con la noción de transferencia negativa de Ferenczi (1909). Con los avances presentados en “Más allá del principio del placer” (1920) y, sobre todo, con la introducción del concepto de pulsión de muerte, Freud sugiere que, instado por la compulsión de repetición, algo que se halla más allá de lo reprimido entra en la escena de la transferencia: algo que ahora se representa a través de sentimientos y percepciones. Estas representaciones, sin embargo, no han sido reprimidas porque no han sido articuladas, todavía no se han expresado en palabras. A partir de estas consideraciones, en “Moisés y la religión monoteísta” (1939 [1934-38]), Freud señala una verdad histórica, la del parricidio. Según él, esta verdad se halla en la base de la historia de la religión; por ello establece una analogía con la experiencia analítica, en que la verdad histórica equivaldría a la construcción del analista (construcción real) basada en sentimientos y experiencias que indican la existencia de otros escenarios en la escena de la transferencia. Esta construcción hace referencia a una tragedia, que se presenta en la sesión, aunque haya sido silenciada hasta el momento. Este fenómeno, impulsado por la compulsión de repetición, se manifiesta en el análisis y tiene un destino mortal. De hecho, según Freud, se trata de una fuerza imparable que puede causar la interrupción de la tarea analítica. El componente masoquista revela la culpa penosa o la necesidad
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