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atención especial, puesto que está estrechamente vinculado a las nociones de marco y contratransferencia. Winnicott, pediatra de formación, basa su reflexión analítica en la relación madre-hijo. Se distancia del enfoque kleiniano de la vida intrapsíquica del bebé recién nacido y, por lo contrario, se dedica a estudiar el entorno más temprano del niño y sus interacciones con una madre suficientemente buena, en conjunción con otros fenómenos transitorios conectados a esa relación. Durante el tratamiento, el marco analítico crea un entorno de contención (retención) parecido; un entorno en el que se desarrollan la transferencia y la contratransferencia. Al centrarse en las deficiencias de los entornos más tempranos, es decir, casos en que la madre no puede conectar con las necesidades del pequeño, Winnicott desarrolla su noción del yo falso: una organización protectora que alberga al yo verdadero, pero a la vez dificulta el establecimiento de un yo auténtico. Winnicott señala una ruptura en la sensación continuada de ser. Aquellos pacientes que, durante su infancia, no recibieron una atención adecuada y, por ello, su yo no pudo concebirse como una entidad establecida – es decir, aquellos que experimentan estados límite y episodios psicóticos de adultos – no pueden explicarse en términos de neurosis de transferencia o superación de la represión. Por tanto, el concepto de transferencia, según Winnicott, debería ampliarse para que “ el analista se enfrent[e] con el proceso primario del paciente ” (1955-1956, p.298). En los casos en que el contexto infantil presentó alguna deficiencia, la relación transferencial sirve para ayudar a superar esa carencia. Una buena sintonía por parte del analista puede facilitar la implementación de una dependencia en el paciente. A su vez, esta dependencia puede establecer la confianza y seguridad necesarias para que se reproduzca la experiencia del trauma original – la agonía primitiva de no dejar de caer – en la transferencia, en que el yo falso cede el paso al ser auténtico. Como describe Winnicott (1963), para estos pacientes es imposible recordar algo que aún no ha sucedido, dado que el yo del niño era demasiado inmaduro para poder experimentarlo. En este caso, la única manera de que el paciente “recuerde” es que experimente ese hecho pasado por primera vez, en el presente, es decir, en la transferencia. Otra contribución específica de Winnicott a la conceptualización de la transferencia tiene que ver con la destructividad. En “El uso de un objeto y la relación por medio de identificaciones” (1968), Winnicott describe el impulso indispensable, vital y destructivo, que facilita que el sujeto, ya sea un niño o un paciente con personalidad límite, acepte la existencia del objeto o analista fuera de la esfera de control de su omnipotencia, es decir, fuera de la esfera de sus fenómenos subjetivos, siempre que el objeto sobreviva a los ataques transferenciales. Gracias a esta prueba, “comienza la fantasía para el individuo. Entonces el sujeto puede utilizar el objeto que ha sobrevivido” (p.90). Si esta experiencia no ocurre, entonces, para el paciente, el analista siempre será una mera proyección de una parte de sí mismo .
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