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a la transferencia parte de la idea freudiana de que el vínculo con el analista recoge la repetición de una experiencia del pasado: una reactualización de significantes, donde puede presentarse la demanda de amor de la infancia. Pero incluso antes de que se hagan estas presentaciones, la transferencia aparece en el proceso mismo de demanda de análisis, puesto que el sujeto se dirige a alguien de quien espera cierto conocimiento. Para Lacan, la figura del analista como “ el sujeto al que se supone saber ” es fundamental para el curso del tratamiento: durante su análisis, el analizando debe experimentar la ilusión de que se encuentra a sí mismo cuando piensa que el analista tiene la respuesta que él espera, como paciente, con respecto a su demanda y su devenir general. En su opinión, cualquier demanda va dirigida a aquello que se perdió, irremediablemente, en el habla. Esta es, para Lacan, la dimensión más importante de la experiencia de transferencia, puesto que evita que el analista – un representante de la figura del Otro – se preocupe por la contratransferencia: los lacanianos más ortodoxos dan un gran valor al discurso lingüístico del paciente, mientras que consideran que la atención que se presta al proceso mental del analista es una distracción del proceso de escucha. El fin del tratamiento, entendido como la erradicación de la transferencia, coincide con el momento en que el analizando puede abandonar esa ilusión y liberar al analista de la posición de “sujeto al que se supone saber”. En su artículo de 1951 (1966/2007), “Intervención sobre la transferencia”, Lacan explica su teoría de la transferencia a partir de los aspectos imaginarios y simbólicos que ésta contiene, y pone especial atención al caso de Dora (1905). La transferencia imaginaria de Lacan abarca los sentimientos extremos de amor y odio que surgen durante el tratamiento y pueden actuar como resistencias o, más concretamente, como obstáculos narcisistas entre el paciente y el analista. En otras palabras, la transferencia imaginaria se cristaliza como una resistencia cuando se convierte en la resistencia del analista. “Quedar atrapado en el drama imaginario del paciente”, afirma Lacan, hace que el analista no pueda escuchar la enunciación simbólica de la transferencia, lo cual profundizaría el tratamiento y haría avanzar el análisis. En el caso de Dora, Lacan señala que el estancamiento fue debido a la insistencia de Freud por el amor que sentía Dora hacia Herr K, una resistencia que a menudo aparece en los primeros casos de mujeres pacientes de Freud. Por ello, Freud no puede escuchar en los sueños de Dora, ni en su historia, la complicidad y los sentimientos eróticos de la paciente por Frau K. – cosa que hubiese facilitado el paso a la siguiente fase del análisis – que Lacan señala como su principal problema, vinculado al enigma de su feminidad y su propio deseo (a diferencia de su anterior preocupación obsesiva por el deseo de los demás – su padre, Herr K.). Lacan toma de Freud la concepción de la transferencia como resistencia y hace al analista responsable de su aparición: “Resistencia hay una sola: la resistencia del analista.” (1978/1988, p.228) El énfasis de Lacan por la “dialéctica intersubjetiva” del reino simbólico del tercero, El Otro, “en” la transferencia, es más cercano a los postulados de la psicología interpersonal y relacional que al psicoanálisis clásico.
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