Diccionario enciclopédico de psicoanálisis de la API

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psicoanalítico. Desde este enfoque inspirado, en parte, por los escritos de Jean Laplanche, se entiende que la transferencia es lo que hace que el tratamiento sea “psicoanalítico”. Además, ninguna reconstrucción “genética” de la historia del paciente tendrá tanto peso como lo que se traduce en la transferencia. La transferencia es entendida como una de las formas más fuertes de resistencia y como el instrumento más efectivo del trabajo analítico. Mientras que la transferencia es una forma de resistencia porque, en la relación con el analista, es un fenómeno que tiende a la repetición en lugar de al acto de “recordar”, el término “recordar” no debe entenderse como un proceso de recuperación de recuerdos, sino como una reconstrucción de la propia psique. (Scarfone, 2011) Scarfone reconoce dos tipos de transferencia: la primera es una transferencia básica y positiva hacia el analista, puesto que se trata de un profesional en quien se puede confiar, que está al servicio de los intereses del paciente. Esto es lo que Freud llamó transferencia “paternal”, pero no es lo más importante. Lo más importante es que el análisis no es posible sin esta transferencia básica. (Es la base de la alianza terapéutica y laboral, en el vocabulario estadounidense). Esta transferencia positiva no es una resistencia y no debería ser sometida a una interpretación. De esta forma, se deja actuar para que facilite el trabajo en favor del análisis en curso. El segundo tipo se denomina “transferencia propiamente dicha”: esta es la transferencia que se mantiene como resistencia, sin importar que sea negativa (hostil) o “positiva” (por ejemplo, erótica o apasionada). La transferencia propiamente dicha se divide en dos subclases que pueden encontrarse en los escritos de Freud: por un lado, los “prototipos” descritos por Freud en el artículo de 1912 (Freud, 1912) y, por otro, la que se deriva de la “voz de ‘fuego’ que surge en medio de una representación teatral”, que Freud describió en el artículo de 1915 (Freud, 1915). Mientras que la primera clase de transferencia consiste en reproducir algo que ya estaba formado y listo para proyectarse sobre el analista; la segunda constituye un hecho sin precedentes: el paciente ya no desea el análisis, ni quiere “saber” nada sobre su “significado”. La diferencia entre estas dos clases queda más clara si decimos, como apunta Laplanche, que tenemos una transferencia “plena”, en que el paciente tiende a repetir lo que ya podía percibirse en sus relaciones previas con figuras significativas – esta forma se presta a la interpretación (por ejemplo, “usted rechaza mis interpretaciones como rechazó el consejo de su padre…”), pero no nos lleva a la raíz del asunto –, y una segunda clase de transferencia, la más importante, que llama transferencia “hueca” (o “en hueco”), donde ni el paciente ni el analista son conscientes de lo que se está repitiendo y el analizando experimenta el ser confrontado con enigmas que le desconcertaron en el pasado. Lo que aquí se “repite” nunca antes se había experimentado de forma comprensible. Esto se parece mucho a lo que propone Winnicott en su famoso artículo “Miedo al derrumbe” (Winnicott, 1974; ver también Clare Winnicott, 1980), cuando describe que algo ocurrió en el pasado pero el sujeto no tenía un “yo” para registrarlo. Por esta razón, este evento debe experimentarse por primera vez en el análisis, para luego poder convertirse en algo del pasado. Esta es, de

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