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Cesio entiende la sesión desde la perspectiva de la teoría de los sueños y, por tanto, considera que el analista actúa como un residuo de la jornada: al compartir detalles de lo reciente e insignificante, está preparado para recibir la transferencia de los objetos internos de sus pacientes. Su forma de escucha aporta significación a las palabras del paciente mediante la “asociación libre”. Por medio de la transferencia intrapsíquica, esas palabras revelan la experiencia emocional que se desarrolla en la sesión. La abstinencia se desarrolla tácitamente en el análisis e incluye una prohibición contra cualquier actividad sexual directa: algo que pasa a ser un tabú, es decir, incestuoso. A medida que avanza el análisis, van apareciendo una serie de experiencias mentales que se caracterizan por su “actualidad” y su atemporalidad, ya que constituyen un presente eterno, un “ahora” que exige perentoriamente una satisfacción imposible. El analista toma el lugar del superyó – la pareja parental – y las corrientes incestuosas que fueron reprimidas pueden, entonces, ser expresadas en la relación inconsciente del paciente con el analista, dando forma a las transferencias. Siguiendo este paralelismo con el trabajo de los sueños, Cesio afirma que, sin la intervención del analista, la sesión podría acabar transformándose en un sueño de ansiedad, es decir, en una pesadilla que causaría la interrupción del proceso. La tragedia edípica, de hecho, termina con la interrupción del proceso analítico; por ello es importante comprender las estructuras narcisistas, incestuosas y trágicas enterradas en el ello, puesto que nos ayudarán a establecer una distinción entre los conceptos de la tragedia edípica y el complejo de Edipo. En El yo y el ello (1923), Freud afirma que en los cimientos de la psique existe una estructura edípica primaria, que él llama “protofantasías edípicas”, que conduce a “una identificación primera y la más importante […] Ésta, aparentemente, no es en primera instancia la consecuencia o el resultado de una catexis de objeto; es una identificación directa o inmediata y tiene lugar más temprano que cualquier catexis de objeto.” Estas identificaciones primarias son la base de las identificaciones que más tarde formarán el complejo de Edipo; ellas moldean el yo ideal, es decir, el precursor del ideal del yo. Estas protofantasías contienen los orígenes del complejo de Edipo: el incesto correspondiente a los impulsos filicidas y parricidas en la lucha por la posesión de la madre-esposa, como Freud describe en su descripción de un tiempo mítico original. En el proceso psicoanalítico, encontramos pruebas de ese tiempo mítico en los casos de incesto, por ejemplo. Su manifestación clínica equivale a la reacción terapéutica negativa, aunque también puede tomar la forma del amor de transferencia. Por esta razón, Cesio (1993, p.137) sostiene que hay dos estructuras edípicas: una que se corresponde con el incesto, de naturaleza narcisista, apasionada y trágica, es decir, la tragedia edípica; y otra que surge al trabajar la historia personal del paciente con sus padres con la primera estructura, es decir, el complejo de Edipo propiamente dicho, descrito por Freud como un complejo que combina la ternura y la ambivalencia. En cuanto a sus manifestaciones, esta última estructura busca el objetivo sexual
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