Diccionario enciclopédico de psicoanálisis de la API

Volver a la tabla de contenido

mismo y el otro (Fonagy, 2001), cuando el bebé y la madre son una “unidad operativa”, empiezan a emerger no solo los afectos primarios, sino también los primeros esfuerzos por diferenciar el sí-mismo del otro –prerrequisito para una teoría de la mente– y los rudimentos de la empatía. Durante las primeras 6-8 semanas de vida (Gegerly y Unoka, 2011; Roth, 2009), los bebés muestran diferentes reacciones frente a caras animadas y patrones inanimados, son capaces de diferenciar la voz de su madre de otras voces, responden con una sonrisa a las experiencias interactivas del “yo no he sido” y son capaces de realizar una transferencia multimodal, para identificar visualmente un objeto específico por su forma introducida previamente en la boca del bebé. Estos primeros indicios de la capacidad de diferenciar las experiencias que se originan en el sí-mismo de la experiencia externa se desarrollan dramáticamente durante los primeros meses de la era “simbiótica”. La capacidad de empatía por el otro también emerge durante las primeras semanas de vida. La empatía parece depender de varias funciones cerebrales: desde las primeras dos semanas de vida puede observarse un “contagio” de emociones entre los niños, que puede constituir un sistema subcortical filogenético antiguo. Por otro lado, la “función de compuerta” también puede desempeñar un papel. A través de esta función los afectos se relacionan con el apego, el vínculo y la estimulación erótica que fomenta la atención intensa hacia el otro. Finalmente, el sistema de neuronas espejo ejerce una gran influencia sobre la empatía: primeramente, por los sistemas corticales, aunque más tarde las funciones espejo se distribuyen por varias áreas del cerebro, incluyendo la ínsula, la corteza temporal y la parietal. Esto contribuye a la formación de un “sistema de reconocimiento cognitivo-emocional” general (Bråten, 2011; Ritcher, 2012; Roth y Dicke, 2006; Zikles, 2006; Kernberg, 2015). Inicialmente, las estructuras con activación afectiva, como el tronco cerebral y las regiones del circuito límbico subcortical, son las más implicadas en este proceso; pero, gradualmente, las estructuras de activación cognitiva, como la corteza orbitofrontal, toman más protagonismo. Parece que estos hallazgos neurológicos sostienen la hipótesis de una dialéctica no lineal de esfuerzos simultáneos para crear la unidad (dual) simbiótica , así como para diferenciar el sí-mismo del otro , ambos surgidos durante el desarrollo más temprano. Esto corrobora las afirmaciones anteriores de Mahler (Stern, 1985; Blum, 2004b) sobre la diferenciación, pero avanza el inicio de la diferenciación rudimentaria. Los estudios multidisciplinarios del futuro pueden dedicarse a debatir hasta qué punto esto podría teorizarse como una base del neurodesarrollo de los movimientos contradictorios observados en la situación clínica adulta hacia la unión y fusión inconscientes con los objetos, por una parte, y hacia la separación interna, por otra. La teoría de las relaciones objetales psicoanalíticas de Kernberg reconoce dos niveles básicos de organización de la personalidad (límite y neurótico). Esto supone dos niveles básicos de desarrollo:

735

Made with FlippingBook - Online magazine maker