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diferentes (como se comentó anteriormente): una que se desarrolla con los padres grandiosos y originales – la que Cesio llama “tragedia edípica” – que es la del incesto, con su naturaleza narcisista, pasional y trágica, es decir, una unidad cerrada, formada por el parricidio, el incesto y la castración, que suele permanecer enterrada y sólo regresa por medio de una representación trágica. Y otra – el complejo de Edipo propiamente dicho – que se caracteriza por una relación ambivalente con el padre, una ternura hacia la madre y un complejo de castración, que surgen como resultado de trabajar con los padres de la historia personal del paciente a través de la primera estructura. Su finalidad es la represión y puede regresar como síntomas de tipo psiconeurótico. En el capítulo III de El yo y el ello , Freud (1923) menciona una estructura edípica primaria que, según él, se hallaría en los cimientos de la psique: estas son las fantasías edípicas, que crean las primeras identificaciones, con efectos universales y duraderos, y nos llevan de vuelta a la génesis del ideal del Yo a través de una primera identificación, la más importante para el individuo, que ocurre con los padres, grandes e indiferenciados, de la prehistoria personal. Por tanto, la tragedia edípica y las variaciones del complejo positivo y negativo, junto con su resolución específica, es lo que se revela durante el análisis de la transferencia. La naturaleza trágica edípica de la reacción terapéutica negativa y el surgimiento del afecto conocido como el “amor de transferencia” desborda los límites del encuadre psicoanalítico (Cesio, 1993). Este amor sólo busca la posesión absoluta del objeto, lo que pone de manifiesto la naturaleza de su pulsión, hasta el punto de destruirlo y, al mismo tiempo, causar autodestrucción. Cesio afirma que busca la realización del “bebé-falo maravilloso”, para quien la muerte es su máxima expresión. Lo que ahora se manifiesta en el amor de transferencia es “lo muerto”, lo que estaba enterrado en el inconsciente y reaparece en esta forma de expresión narcisista: el “maravilloso bebe-falo” reaparece, en la transferencia, como la constitución de la maravillosa pareja paciente-analista. El encuadre analítico, basado en la abstinencia, repite la frustración original para ambos miembros de la escena trágica que se escenifica: “la necesidad y el anhelo” deben convertirse en “fuerzas que obligan [al paciente] a hacer el trabajo y a realizar cambios” (Freud, 1915, pp.164-165). La teoría psicoanalítica cree en la existencia de un inconsciente, una formación enterrada, lo “muerto”, el yo ideal. Es una estructura inconsciente que puede deducirse del letargo y de ciertas manifestaciones “actuales” resultantes del trauma original: la castración fálica. En su constitución encontramos el trágico complejo de Edipo enterrado. Es “ideal” porque contiene una parte del ello que no pudo llegar a ser yo tras haber nacido. Es lo que nunca fue consciente ni reprimido, es el inconsciente enterrado,
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