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Aunque hay una tendencia a conocer al otro y la transferencia es una especie de puente que fomenta este conocimiento, en el mismo proceso el otro no se reconoce, sino que se “cubre” por la transferencia para preservar la ilusión narcisista. De una ilusión, de eso se trata la transferencia. Como resultado de la formación de compromiso, la transferencia es un síntoma y una ensoñación, una de las estructuras artificiales creadas por el Yo con las que éste intenta trabajar a través del conflicto subyacente. Para definir la transferencia, Abadi sugiere reemplazar la noción de proyección por la de atribución, un mecanismo por el cual el individuo se convierte en el objeto al que se le atribuye algo. La transferencia se desarrolla en dos etapas: la primera corresponde a la desestructuración de algo que puede ser el síntoma y la segunda es la reestructuración (o estructuración de algo nuevo) que reemplaza el síntoma desestructurado y que llamamos transferencia. Abadi (1980) se centra en la primera etapa, que a veces puede ser muy breve y que no sólo corresponde a la desestructuración de una relación personal, sino también a la pérdida de realidad. Lo que se transfiere, de hecho, no es real: podríamos llamarlo falo, omnipotencia, totalidad, inmortalidad; en resumen, la idea de que “todo lo que existe en el otro es garantía de que algún día me será entregado, será parte de mí.” (Abadi 1980, Aportación para una teoría de la transferencia , p.698). Se establece una comparativa entre la transferencia y el proceso psicótico: una cierta pérdida de realidad que provoca el desconocimiento del objeto real. El hecho de que la transferencia sea inconsciente no sólo facilita la puesta en marcha del proceso primario (sustitución o desplazamiento), sino que también es condición para que se conserve la relación que se ha transferido. Por otro lado, el paciente muestra ciertos indicios, de naturaleza introspectiva, de que algo extraño le está sucediendo, pero no puede entender de qué se trata. La convicción delirante, normalmente inducida por la transferencia, de que esa persona es alguien que, de hecho, no es, se reprime; sin embargo, las grietas del proceso de represión generan una formación de compromiso con lo que la convicción suele reprimir. Por tanto, Abadi establece una distinción entre la transferencia del psicótico – para quien el otro es sólo un espejo distorsionador donde ve reflejado una parte de su propio Yo, o un precipitado de la relación libidinal con un objeto – y otro tipo de transferencia, típica del paciente neurótico, de la que inferimos la transferencia reprimida, pero sólo podemos ver el producto, un “híbrido”, típica de todas las estructuras caracterizadas por la formación de compromiso. Abadi considera que la transferencia propiamente dicha es inconsciente, y que la transferencia de los neuróticos es una formación de compromiso similar a un síntoma. La tarea psicoanalítica en los casos de neurosis consistirá en disolver las falsas conexiones, mientras que con los pacientes psicóticos esa observación resultará fútil y prescindible, puesto que en estos casos “lo único que se puede hacer es ofrecer una
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