de los cuales eran ateos o agnósticos, mientras que otros pertenecían a pandillas o a grupos satanistas, algunos tenían adicción a las drogas, luchaban con pensamientos suicidas, tenían problemas de conducta, etc. Por la gracia de Dios, traté de aceptarlos como eran, sin importar cuán extraño fuese su comportamiento o la ropa que vestían. Debajo de todas esas máscaras todos eran básicamente iguales. Cada uno de ellos quería amar y ser amado. En las sesiones de grupo que realizaba con ellos, enfatizaba el hecho de que cualquier pregunta era válida y la única mala pregunta era la que no hacían. Lo que descubrí es que todos esos estudiantes estaban buscando respuestas. La mayoría odiaban las vidas que habían estado llevando. Dios era una de las pocas opciones que jamás habían probado. Era como si quisieran creer, pero las cosas de su pasado se lo impedían. Muchos estaban luchando con heridas como resultado de años de abuso o descuido
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