Estudio Bíblico_Lección Uno - Treinta Libro de Mateo

Entendiendo Génesis Capítulo Tres LECCIÓN TRES: Del Edén al Exilio: Cuando la Gracia Encontró la Caída

Génesis 3 no es meramente la historia de lo que salió mal. Es el comienzo de lo que será restaurado. LA ESTRATEGIA DE LA SERPIENTE Y LA ANATOMÍA DE LA TENTACIÓN (GÉNESIS 3:1–6) El capítulo comienza con una figura a la vez familiar y extraña: una serpiente, descrita como más astuta que cualquier bestia que Dios había hecho. Pero esta no era una criatura ordinaria. Como señala el Pastor Skip Heitzig, Apocalipsis 12:9 desenmascara más tarde a esta serpiente como el mismo Satanás, el adversario que una vez se presentó como Lucifer, la “estrella de la mañana”, un querubín ungido que dirigía la adoración celestial. Sus cinco aterradoras declaraciones en Isaías 14—“Subiré... Exaltaré... Seré semejante al Altísimo”—revelan la raíz de su rebelión: una segunda voluntad que se levanta contra la autoridad singular de Dios. Expulsado de la gloria celestial, se deslizó hacia el Edén, decidido a trastornar el buen orden de Dios. El Dr. Michael Heiser y Ben Stanhope nos recuerdan que el término hebreo nachash tiene un significado con múltiples capas. Como sustantivo, significa “serpiente.” Como verbo, sugiere “engañar” o “practicar adivinación.” Como adjetivo, puede describir algo “brillante” o “luminoso.” Textos antiguos y sellos arqueológicos representan a seres divinos con formas radiantes y serpentinas— resplandecientes como bronce pulido. Los serafines en Isaías 6, literalmente “los ardientes,” servían junto al trono de Dios. Así, la “serpiente” en Génesis 3 probablemente representa no un simple reptil sino un ser divino rebelde—radiante, astuto y decidido a corromper lo que Dios había llamado bueno.

INTRODUCCIÓN: DEL PARAÍSO AL PRECIPICIO

Génesis 2 terminó con una inocencia sobrecogedora: dos personas, desnudas y sin vergüenza, caminando en perfecta armonía con Dios, entre sí y con la creación misma. El jardín no era solo un lugar; era un estado del ser. La transparencia reemplazó la pretensión. La confianza reemplazó la sospecha. Cada relación—vertical, horizontal e interior—fluía con la facilidad del diseño divino.

Pero Génesis 3 rompe esa quietud.

No con truenos. No con violencia. Sino con una pregunta. Un susurro. Una sutil distorsión de la verdad que resonaría a través de cada generación. El capítulo comienza no en el caos sino en una conversación—la voz astuta de la serpiente tejiendo el engaño en el tejido de la inocencia. Y en ese momento, la confianza de la humanidad vaciló. El eco de esa elección se extendió hacia afuera, fracturando la armonía del Edén e introduciendo una realidad en la que hemos vivido desde entonces: vergüenza, separación y el silencioso dolor de las almas que se esconden del que las creó. Sin embargo, aun cuando las hojas se agitaban con vergüenza y la puerta del jardín se cerraba detrás de ellos, la gracia comenzó a moverse. Dios no abandonó a los portadores de Su imagen; los persiguió. En este momento de pérdida catastrófica, somos testigos no solo de la caída de la humanidad, sino de la primera promesa celestial de redención—una tenue luz que rompe la sombra del pecado. La serpiente pudo haber magullado el talón, pero su propia cabeza ya estaba marcada para ser aplastada.

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