360 UDEM No.1- La selfie de las nuevas generaciones

N O E S I N T E R N E T , S O M O S N O S O T R O S

E L E L O C U E N T E U M B E R T O E C O D E C Í A Q U E “ L A S R E D E S S O C I A L E S L E H A N D A D O D E R E C H O A H A B L A R A L E G I O N E S D E I D I O T A S ” . E N R E A L I D A D , E L P R O B L E M A N O E S T Á E N L A D E M O C R A T I Z A C I Ó N D E L A S O P I N I O N E S , S I N O E N L O S M A N D A T O S D E L O S A L G O R I T M O S .

da por la idea de que los dispositivos digitales y las redes sociales son las que están destruyendo nuestra concentración y memoria. Frank Furedi, en un artículo publicado en el diario inglés The Independent , señala que esto ya debería ser un mito superado, precisa- mente porque la historia comprueba que cada vez que hay un avance en la tecnología de comunicaciones, sufrimos los mismos temores. Tan es así, que hay pro- ductores –geniales, por cierto– que han transformado estos miedos en historias de distopía digital con varias temporadas en Netflix (adivinaste bien: Black Mirror ). “Todos los días –escribe Furedi– se publica o com- parte un nuevo estudio que nos pretende demostrar cómo la dependencia digital tiene efectos nocivos so- bre nuestros niveles de atención, concentración y me- moria. Centenas de autores han escrito libros de mu- chas páginas sobre este supuesto fenómeno. Si esto fuera cierto, me pregunto entonces quiénes conservan la capacidad de leer hasta el final todos esos libros”. La capacidad de atención, en realidad, no disminu- ye. En todo caso, se dispersa ante un mucho mayor nú- mero de estímulos. El propio Sócrates (¡ja!) reaccionó al invento de la escritura como algo que debilitaría la memoria de los lectores porque afectaría su habilidad para recordar. Ante el auge de las grandes novelas de los siglos XVIII y XIX , creció la idea de que estas lar- gas lecturas, distractoras, representaban un problema

mayúsculo y causaban una suerte del hoy conocido como Déficit de Atención Dispersa. La modernidad, lo que tenemos enfrente, genera incertidumbre. Pero no hay ninguna evidencia de que nuestra exposición constante a plataformas digitales ocasione trastornos en nuestra capacidad de conoci- miento, concentración, memoria y atención. Dicho de otra manera: no es internet, somos noso- tros. El elocuente Umberto Eco decía que “las redes sociales le han dado derecho a hablar a legiones de idiotas”. En realidad, el problema no está en la demo- cratización de las opiniones, sino en los mandatos de los algoritmos, que filtran todo aquello con lo que no coincidimos para mantenernos en una burbuja que sim- plemente refuerza nuestras creencias. De ahí que si tus redes están hiperventilando de ideas catastrofistas, es evidente que te has manifestado partidario de las cróni- cas del colapso y ese contenido llega para convencerte de que estás en lo correcto. Lo cierto es que tenemos grandes retos enfrente. “Uno de los grandes desafíos de nuestra era –relata el citado Umair Haque– es recuperar el mundo de manos de los catastrofistas. Los suicidas necesitan ayuda, no poder. El primer paso es entender que el ascenso del catastrofismo y de la era del colapso es algo sobre lo que debemos analizar, reflexionar, comprender y, finalmente, actuar”.

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