j airo se iba de viaje y su mejor amiga se que- daría de niñera de Úrsula. ¿Cómo no hacerle el favor de cuidarla por un mes? Era mucha res- ponsabilidad, es cierto, pero por los amigos uno hace lo que sea, ¡cómo no! Al despertar, ella veía cómo ha- bía amanecido Úrsula y cada tanto le daba reportes a Jairo sobre su evolución y adaptación a la nueva casa. Unas tardes, llegaba corriendo pensando en la sed de Úrsula o preocupada porque últimamente se veía ca- bizbaja, quizás por la falta de Jairo. Lo cierto es que, al final del mes, Úrsula estaba más brillante y alegre que nunca, ¡y hasta había crecido! Úrsula es una hermosa sansevieria enana, de hojas coriáceas y largas vetas, mejor conocida como “lengua de suegra”, que habita una maceta blanca de cerámica con forma de buda. Una de las millones de plantas que hoy albergan los departamentos de centennials y millennials urbanos en distintos países y que forman parte del boom de los jóvenes plantlovers , la nueva tendencia de fascinación verde que atrae a los chicos y, a diversos niveles, aporta sentido a sus rutinas de concreto y a sus inciertas vidas pospandémicas. Diversas esquinas, ventanas, mesas y repisas de sus departamentos están decoradas con “Úrsulas”, monsteras deliciosas (las de los lunares), cactus exó- ticos, euphosbias , caladiums rojas y suculentas gordi- tas. ¿Búsqueda de compañía para la solitaria cuaren- tena? ¿Un ser vivo a quien cuidar que solo toma agua y no hace popó? ¿Señales de activismo verde y aporte al cambio climático? ¿Temas en común para platicar con la abuela? ¿Genuino amor por las hojas y los tallos? Una locura por las plantas que puede ser reac- ción al estilo de vida urbano y confinado, de habitar espacios pequeños, a veces diminutos, por lo gene- ral compartidos y sin jardín. Filodendros, helechos, orejas de elefante y palos de Brasil enverdecen el escenario enmarcado por cuatro muros de cemento, el ruido y la contaminación citadina. Los más afi- cionados arman su huerto de albahaca, manzanilla,
hierbabuena y cilantro, y los bohemios procuran con mucha devoción y orgullo sus cultivos recreativos. La ilusión de inventar mini bosques y jardines en pocos metros cuadrados, evadiendo baldosas y pisos de madera, también tiene que ver con paradigmas es- téticos. Habla del interés por el diseño de interiores, por decorar y crear espacios agradables. Felipe, de 21 años, comenta: “Me interesé en tener una planta cuando cuidaba las de mis vecinos y sentía que su departamento parecía mucho más vivo y fresco que el mío. Mi habitación estaba muerta y estéril sin vida vegetal. Ahora les tengo mucho cariño a mis plantas, me hacen sentir menos solo. Las cuido en los breaks de las monótonas conferencias en línea”. Adoptar plantas de interior, además, contrasta el agi- te de la era digital. Regala algo de calma y sosiego en medio de pantallas y más pantallas, íconos, chats , aplica- ciones, videos tontos, muros y likes . Resulta una opción para escapar la mirada de la insaciable virtualidad. “Estar al pendiente de tus plantas te ayuda a descansar de la
tecnología, es un respiro en el estrés constante de tener que estar disponible para las notifi- caciones y redes sociales”, comenta Lucía, de 20 años, que no conoció el mundo sin internet.
La destrucción del planeta también impulsa el amor verde. Los jóvenes están auténticamente inquie- tos al respecto: de acuerdo con la Encuesta Millennial 2019 de Deloitte, el ranking de sus preocupaciones lo lidera, a nivel global, el cambio climático, los cuidados del medioambiente y los desastres naturales. “Somos demasiado pobres para tener mascotas. Yo tengo 84 plantas para que se vea bonito; además, nuestra generación es un poco más consciente ecológicamente”, confiesa Jairo (22 años).
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