L a idea apocalíptica sobre la extinción humana ha sido explorada desde varias perspectivas a lo lar- go de la historia, tanto por científicos y teólogos, como por escritores y cineastas. Hay una gama va- riopinta de posibilidades para desaparecer: desde ser borrados por un meteorito, hasta ser aniquilados por una horda de alienígenas o por un virus letal (más pro- bable aún). Sin embargo, tal parece que la teoría más aterradora es aquella que plantea nuestra incapacidad de reproducirnos, nuestra impotencia para encontrar el equilibrio en el reemplazo natural (muy alta por cierto) o de ser sustituidos por máquinas. ¿Por qué tenemos tanto miedo?, ¿de dónde viene? En su libro Sapiens (2011), Yuval Noah Harari nos da una pista. Según el historiador y filósofo israelí, el éxito de una especie se da por el número de copias que tiene. En ese sentido, el trigo y los insectos son quienes salen vencedores, no los humanos. No obs- tante, los sapiens dominamos la Tierra, no por nuestra población —aunque siete mil millones son una cifra considerable—, sino porque somos capaces de sobre- vivir contando historias. Nuestro talento está en con- vencer a otros con un fin, sea real o imaginario. Con esa idea en mente apelo a tu curiosidad de sapiens para reconocer la historia que nos cuentan, vía tuits o posteos en Instagram, personajes como Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson, en forma de aven- turas. En medio de exploraciones a Marte, desarrollo increíble de inteligencia artificial y viajes a la órbita, poco a poco estamos migrando del constructo imagi- nario sobre la vida eterna después de la muerte, a la plausible esperanza de alargar la vida transformados en cyborgs , o de preservar la vida en criocápsulas para resucitar, ya sea en la Tierra o en el espacio (sí, todavía suena a ciencia ficción, pero no parece imposible). La contraparte de esta incipiente historia de inmor- talidad tiene un tejido muy fino, pero altamente violen- to. De nuevo, Harari. El historiador lanza en 21 lecciones para el siglo XXI (2018) una preocupación, casi una aler-
ta, acerca del tema del impacto en la tecnolo- gía sobre la vida humana y nuestro futuro como especie, preocupación que algu- nos prefieren ignorar o calificarla de extre- mista.
Si somos capaces de crear al- goritmos que nos resuelvan cada decisión y podemos decodificar el ADN para evitar enfermedades fu- turas, estamos obligados a plantear
preguntas incómodas (esas que fluyen como ríos sub- terráneos en la conciencia) como las que hace Harari. Me pregunto: si los súper sapiens de los países desa- rrollados logran librar la muerte —o preservar la vida de la forma que sea—, ¿para qué necesitamos repro- ducirnos de forma natural si no requerimos reempla- zos como especie? UNA NOTICIA FECUNDA En mayo de 2021, la revista The Economist publicó una gráfica reveladora que hacía referencia a la evi- dente disminución en la concentración de esperma en varones de países ricos, principalmente a causa de la contaminación. La noticia fue replicada en los principales medios europeos, incluyendo la BBC británica y el ABC de Es- paña. Lo interesante de este fluir mediático es que Ha- gai Levine, de la Universidad de Jesuralén, junto con otros seis investigadores más, publicó el citado estu- dio en mayo de 2017, en la revista Human Reproduc- tion Update , de la Universidad de Oxford, Reino Unido. De acuerdo con la BBC , el estudio de Levine y sus colegas causó una fuerte polémica entre otros científicos
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