Por Germán del Sol.
El Hotel es un lugar donde se detiene el viajero que pasa a descansar y a rumiar las experiencias del viaje, porque tal vez si no para y piensa, no repara en lo que hace. Quizá lo que no se piensa no pasa. El viajero avanza hacia lo extraño. Toma distancia para encontrar lo propio. Quizá, se aleja para ver con perspectiva su vida, sin los detalles cotidianos que confunden, y no dejan ver la totalidad. Esa totalidad que a veces se trata de resumir en un propósito, “yo responderé”, o en una lápida, “Hizo lo que pudo”. La arquitectura del Hotel Remota busca por eso, igual que una plaza, abrir un espacio para mostrar aquello que hay de único e irrepetible, en la cultura y naturaleza de un lugar; aquello que la curiosidad del viajero espera para sacarlo de si mismo y volverlo un niño que descubre y juega con lo que pasa afuera. La arquitectura del Hotel trata también de ser un motivo de alegría para el viajero, que después de andar y andar, como un ovejero vagando con sus perros, descubre a lo lejos la luz amarillenta del Hotel a través de los cortes verticales, de las ventanas en los muros y la promesa de un tibio interior para descansar.
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