Cabellera de Capri Pablo Neruda
un ronco grito, el viento y la indecible espuma. De plata y piedra tu vestido, apenas la flor azul estalla bordando el manto hirsuto con su sangre celeste. Oh soledad de Capri, vino de las uvas de plata, copa de invierno, plena de ejercicio invisible, levanté tu firmeza, tu delecada luz, tus estructuras, y tu alcohol de estrella bebí como si fuera naciendo en mí la vida. Isla, de tus paredes desprendí la pequeña flor nocturna y la guardo en mi pecho. Y desde el mar girando en tu contorno hice un anillo de agua que allí quedó en las olas, encerrando las torres orgullosas de piedra florecida, las cumbres agrietadas que mi amor sostuvieron y guardarán con manos implacables la huella de mis besos.
Capri, reina de rocas, en tu vestido de color amaranto y azucena viví desarrollando la dicha y el dolor, la viña llena de radiantes racimos que conquisté en la tierra, el trémulo tesoro de aroma y cabellera, lámpara cenital, rosa extendida, panal de mi planeta. Desembarqué en invierno. Su traje de zafiro la isla en sus pies guardaba, y desnuda surgía en su vapor de catedral marina. Era de piedra su hermosura. En cada fragmento de su piel reverdecía la primavera pura que escondía en las grietas su tesoro. Un relámpago rojo y amarillo bajo la luz delgada
yacía soñoliento esperando la hora
de desencadenar su poderío. En la orilla de pájaros inmóviles, en mitad del cielo,
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