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haberse molestado y en algún momento, pueden haber deseado eliminar a sus padres, hermano o hermana cuando éstos estaban vivos y quizás incluso pensaron en diferentes maneras de hacerlo. Los niños de estas edades pueden creer que su “deseo de que muriera” de hecho causó la muerte. Los niños son más susceptibles a sentimientos de culpa que los adultos o adolescentes, ya que no pueden recurrir a recursos intelectuales para persuadirse a sí mismos de su inocencia. Es importante recalcarles una y otra vez que ellos no causaron el choque y fomentar la libre expresión de la culpa. El niño de esta edad se parece al de cuatro a seis años en el sentido de que también puede temer que la muerte es un castigo por un comportamiento inapropiado. Pueden temer que el mal comportamiento ha provocado la muerte del ser querido y que lo más probable es que sean castigados por ello. Pueden también creer que ellos u otro ser querido van a ser los próximos en morir. Debido a que simplemente no puede entender la muerte al nivel intelectual de los adultos, es difícil deshacerse de sentimientos de rabia, miedo y culpa. No es inusual para un niño en este rango de edades sentir alguna vergüenza con respecto a la muerte de un ser querido. Pueden sentirse diferentes a otros niños de su edad y resistirse o molestarse con preguntas relacionadas con la muerte tales como: “¿En qué trabajan tus padres?” si uno de los padres ha fallecido, o “¿Cuántos hermanos y hermanas tienes?” si ha perdido a uno de éstos. Humillación y confusión toman un lugar primordial en su pena. A esta edad, los niños no solo son susceptibles a sus propios sentimientos, sino también a los de los demás. Como resultado,

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