‘Restauración’ es una palabra que, al igual que ‘resilien- cia’, parece estar de moda. Pero, más que ello, este par de palabras son una necesidad urgente en nuestras ciu- dades. Cuando hablamos de restauración, la palabra puede contar con diversos significados. A menudo se le confunde con reparar o arreglar; pero no, la restauración, en sentido estricto, se trata de una tarea mucho más pro- funda que una simple reparación y, por ende, los actores en un proceso restaurativo son personas con visiones y habilidades distintas. En un proceso de restauración existen multi e interdisciplina, sin embargo, la máxima es la transdisciplina . Ahora bien, una de las acepciones de restaurar es “poner una cosa en el estado o estimación que antes tenía”. El caso del centro de Monterrey Abordaré como caso de estudio al centro de la ciudad de Monterrey (lugar donde habito desde hace siete años e investigo desde hace 15). Históricamente, existieron dos intentos previos de fundación de la ciudad: el primero, en 1577, por el portugués Alberto del Canto, quien llegó a estas tierras proveniente de Saltillo, Coahuila, y estableció la Villa de Santa Lucía; un intento que los historiadores cuentan como una primera fundación que no prosperó. Después, en 1582, otro portugués, Luis de Carvajal y de la Cueva —quien fundó el Nuevo Reino de León ese mismo año (un cuadrado perfecto de 200 leguas por lado)— haría lo propio, estableciendo la Villa de San Luis en donde anteriormente había estado la Villa de Santa Lucía. Sin embargo, esta “fundación” tampoco echó raíces. Fue hasta 1596 que Diego de Montemayor, vecino de Saltillo, estableció, por fin, la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, rectora de todo lo que hubiese en el Nuevo Reino de León. La historia —contada de manera somera— da cuenta de 12 familias españolas que vinieron con don Diego y fundaron, junto a unos ojos de agua a los que llamaban “de Santa Lucía”, la Sultana del Norte. El punto o la altura de la fundación se podría ubicar aproximadamente por donde hoy está el Museo de Historia Mexicana; de sur
a norte, casi donde termina lo que se conoce como la Macroplaza. Según las crónicas, esta era una zona llena de arroyos y veneros con muchos peces, aguacatales, nogales y sabinos –los grandes árboles del agua—, pero era también una zona “baja”, geográficamente hablando, lo que pondría en riesgo más de una vez a sus habitantes por la crecida de los arroyos. El cronista Israel Cavazos, en su libro Fábrica de la frontera: Monterrey, capital de Nuevo León (1596-2006), apunta que su colega del siglo XVII, el cronista Alonso de León, registró una venida de agua importante en 1611, la cual derribó más de la mitad de las construcciones que había en la ciudad en ese momento. No está de más apuntar que se trataba de arquitectura de tierra. 1 Es así que, para evitar una vez más que el agua arrasara con las construcciones de bahareque, adobe o piedra (caliche), el establecimiento primario de la ciudad se movió desde el norte hacia el sur, por ser una zona mucho más alta. 2 Sin embargo, no solo esa inundación cambió la fisonomía de la ciudad; Monterrey ha padecido distintas inundaciones a través del tiempo —y sequías también— desde el inicio de su fundación a finales del siglo XVI. Si al principio era la crecida del arroyo formado por los ojos de agua de Santa Lucía, después fue el río Santa Catarina, ubicado al sur de la zona centro, lo que cambiaría la ciudad. 3 No obstante, después de cada desbordamiento de ríos o sequías, la ciudad se ha sobrepuesto y, en lugar de desaparecer, ha crecido; es ahí donde comienza la resiliencia. Si hacemos una pausa, nos podemos percatar de que el centro de la ciudad, de esta manera, estaba (o está) rodeado por cuerpos de agua que en ocasiones incluso no vemos. Por las características de la(s) fundación(es) de la ciu- dad de Monterrey, y debido a distintos hechos históricos como las grandes inundaciones, la capital de Nuevo León no contaba con una arquitectura monumental parecida a la del centro o sur del país; ni siquiera como la de sus veci- nos ricos de Zacatecas o Saltillo. Pero sí contaba (y cuenta aún) con una arquitectura con sistemas constructivos tradicionales anteriores a la industrialización masiva.
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