Desde el cuerpo normativo mexicano actual, el resguardo de la salud mental durante un evento de riesgo ha sido claramente omitido. Este aspecto debe y puede ser subsanado en beneficio de quienes viven estos eventos, en los cuales la población es expuesta potencialmente al desarrollo de estrés postraumático, derivado del desconocimiento de estrategias apropiadas para el autocuidado psicológico. El presente artículo propone el empleo del entrenamiento en inoculación de estrés como mecanismo para el cuidado de la integridad mental desde una perspectiva de la prevención primordial, una estrategia necesaria para que la población se encuentre mejor preparada para resguardar también su salud psicológica, aspecto relevante cuando la resiliencia se expresa como objetivo.
La salud mental se define como el “estado de bienestar men- tal que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad” (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2022). Es una perspectiva integral que sitúa a la salud como un continuo que va más allá de la ausencia de enfermedad. De este modo, la salud es un fenómeno que transita en la presencia de factores que la promueven o amenazan en las dimensiones biológi- ca, psicológica y social. Desde esta perspectiva existen capacidades individuales que moldean el proceso de desarrollo de la salud mental, así como factores psicoso- ciales y determinantes sociales que podrán impactarla. La interacción compleja de estas esferas genera condiciones que promueven o dificultan que las personas encuentren posible la vivencia del estado de bienestar mental (entre estas las adversidades e imprevistos que pueden surgir y afectar en una o más áreas de la vida). Vivir es una experiencia que implica la exposición tanto a aspectos positivos como negativos, entre ellos, los riesgos, que son aquellos fenómenos con potencial de materializarse y ocasionar daño o amenazar la integridad de la vida. Si bien los riesgos están presentes natural- mente, existen aquellos que se potencian por la actividad humana, incrementando la probabilidad de su ocurrencia. Cuando un riesgo se materializa se presenta una situación de emergencia, esto es, eventos que ocurren de improviso y requieren de atención urgente para la disminución de sus efectos negativos. Las emergencias y desastres 1 representan un evento disruptivo en la vida de las personas. Son momentos mar- cados por una alta emocionalidad e incertidumbre, con el potencial de vulnerar nuestro bienestar psicológico al romper la sensación de seguridad y predictibilidad. Son eventos que cambian la cotidianidad y los ritmos de vida, lo que incrementa la vivencia de emociones de miedo, tristeza y angustia, y somete a la persona a una situa- ción de estrés sostenido, cuyos daños a la salud mental pueden pasar desatendidos, generando afectaciones en su bienestar y el de sus familiares (Ortiz y García, s.f.).
La evidencia documental y científica (Centro Nacional de Prevención de Desastres [Cenapred], 2018) ha puesto de manifiesto que el cuidado de la salud men- tal después de un evento catastrófico es necesario para asegurar el retorno a la normalidad e integrar la experien- cia sin arrastrar secuelas que deriven en morbilidades 2 que disminuyan la calidad de vida de las personas. Por ejemplo, el síndrome de estrés postraumático 3 se produce porque las personas que enfrentan una situación adversa entran en un estado de alerta persistente, sostenido y que se agudiza progresivamente. 4 Entrar en un estado de alerta al enfrentar un estresor —sea de origen natu- ral, como un sismo, o antropogénico, como un asalto— es una manifestación innata. Dicho en otras palabras, es la respuesta biológica de supervivencia esperada, de la cual se desprenden las posibles conductas de atacar, huir o paralizarse. Como es razonable, se espera que el estado de alerta persista durante un umbral de tiempo. Sin embargo, cuando este estado rebasa las fronteras de lo funcional se generan perturbaciones en la vida de la persona en los niveles biológico, psicológico y social; disfunciones que, al no ser tratadas, se traducen en con- ductas que el individuo falla en ajustar o regular a través de mecanismos que resultan igualmente dañinos, como el consumo de sustancias tóxicas. El estrés postraumático no es una entidad que se presente sola, actúa en comor- bilidad con preexistencias como la ansiedad, la depresión o las adicciones, agravándolas. El sufrimiento emocional se agudiza ya sea por expe- riencias previas, un desastre que haya generado vulne- rabilidades en cualquier dimensión, o por la experiencia vicaria que se puede tener de las noticias o del medio social que anticipa al imaginario sobre las catástrofes que se pueden vivir. En cualquier caso, el hecho de que la población no cuente con las pautas necesarias para el cuidado de su salud mental durante el evento es nocivo y, ciertamente, también es contraproducente para que los planes de pro- tección civil se lleven a cabo con su mejor ingrediente: el orden —que, para ser alcanzado, decir “guarde la calma” es insuficiente cuando la persona no sabe cómo hacerlo—.
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