MIQUEL VILLÀ (1901-1988)
“La fe i la passió de Miquel Villà cremen com una torxa” Joan Merli, 1937
L a producción de Villà es una reflexión sobre cómo trascender la representación pictórica tradicional. Con su técnica personal basada en el tratamiento de la pasta de manera profusa y con grandes densidades, Villà fue capaz de jugar con las dimensiones, los espacios y la volumetría, apostando por un planteamiento físico y textural de la pintura. La composición rectilínea es la base donde disponer capas dinámicas de pasta que expresan y parecen estar dotadas de vida y de un movimiento autónomo y libre, generando así ritmos visuales que emocionan y resultan de un trabajo de la materia casi escultórico. Así, en el caso de este paisaje de 1936, cada árbol es concebido prácticamente como un organismo vivo. Sobre esta capacidad de emocionar haciendo uso de la materia, Sebastià Gasch afirmaba que Villà logró un tipo de pintura que el crítico definió como ‘expresionismo anímico’. Igualmente, en este sentido, recuperamos el acertado comentario que escribe Joan Merli en 33 pintors catalans (1937), donde remarca que el artista consiguió «trasladar a la tela las cualidades de las materias y de sus superficies, la piel granulada de la naranja, la corteza del pino, el yeso y la cal de las fachadas y sus grietas, la costra dorada de un pan de payés tostado, la densidad azul del mar y la espuma del mar embravecido […] todo esto empastado con emoción, con una fuerza auténtica que no confía en el azar ni adultera la brutalidad del realismo». Su estilo único e inconfundible, puro y repleto de magia, sorprende y emociona por cómo el artista utiliza la materia para definir las formas de la naturaleza y, sobre todo, para hacernos vibrar, regalándonos una pintura en movimiento y siempre rebosante de vida y emoción.
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