José Ignacio Conde-Ruiz
Quince visiones
Demografía
máticamente, la política diseña sus propuestas electorales para las generaciones dominantes; esto es, claramente hacia los ancianos. Ciertamente, no hacia los jóvenes. Los modelos de economía polí- tica, ⁶ que se utilizan para estudiar los incentivos electorales de los políticos, hablan por sí solos. Si la elección es unidimensional, por ejemplo en el caso de la redistribución del ingreso entre diferen- tes tipos de personas o entre diferentes generaciones, se puede aplicar el modelo del votante mediano. La política elegida será la que más beneficie al votante mediano, es decir, al votante del electorado con la edad mediana. El envejecimiento de la pobla- ción no hace más que aumentar esta edad mediana, haciendo que la opción política sobre las políticas redistributivas esté cada vez más diseñada para satisfacer a los ancianos, alejándose cada vez más de las preferencias de los jóvenes. Las dos fuerzas detrás del envejecimiento, de generacio- nes de jóvenes cada vez más pequeñas y generaciones de mayo- res cada vez más grandes, se unen para reducir el peso político de los jóvenes, haciendo que cada vez sean menos atractivos para los políticos. Pero este efecto se amplifica por varios motivos. Primero, la tasa de participación electoral de los jóvenes es más baja que la de los mayores, que apenas conocen la abstención. Segundo, los jóvenes son muy heterogéneos (estudian, trabajan, están emancipados o no) y, por lo tanto, tienen una agenda polí- tica mucho más dispersa en relación con los mayores, que son mucho más homogéneos y votan en bloque. Tercero, llegar a las personas mayores durante una campaña electoral es fácil, pues se informan por los medios de comunicación habituales: televisión tradicional, radio, periódicos. Sin embargo, impactar a los (pocos) jóvenes votantes es mucho más complejo. Hay que llegar a ellos a través de contenido relevante y que despierte su interés, utilizando una estrategia de medios afines a ellos, como las redes sociales, y unas herramientas de campaña más innovadoras, que permiten colocar vídeos publicitarios electorales cortos en sitios web. Por lo tanto, cuando los políticos se preparan para ganar unas eleccio- nes se encuentran con dos grupos de votantes: los jóvenes, cuyo peso electoral es pequeño, votan menos, es más difícil llegar a ellos y tienen unas preferencias sobre la política muy variadas, y los mayores, de fácil acceso, con mucho mayor peso electoral, mayor
participación y con unas preferencias muy homogéneas. En este contexto, resulta evidente qué grupo de votantes va a ser prioritario a la hora de preparar el programa electoral. La “demografía política” condena inexorablemente a los jóvenes. En los años noventa, uno de cada tres votantes era menor de treinta y cuatro años, mientras que en la actualidad tan solo lo es uno de cada cinco. Los jóvenes han pasado de ser un bloque electoral fundamental para ganar las elecciones a un bloque peri- férico. Lamentablemente, el desequilibrio entre jóvenes y mayores va a empeorar en las próximas décadas. Aunque el porcentaje de votantes jóvenes se va a estabilizar en torno al 20 % (uno de cada cinco), es el porcentaje de votantes mayores de sesenta y cinco el que va a continuar aumentando, pasando del 24 % actual hasta situarse en el 37 %, como se puede ver en la figura 3, que utiliza las proyecciones demográficas del Instituto Nacional de Estadística para mirar al futuro.
Sufragio electoral (jóvenes vs. mayores de 64 años)
38%
33%
28%
23%
18%
13%
votantes jóvenes (18-34)
votantes mayores (+64)
Figura 3. Demografía política (1970-2050): pasado, presente y futuro
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