Anuario 2024 de Cotec

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Innovación y democracia

El problema

N uestras sociedades están “consumiendo” su futuro de una manera insostenible. Desde un punto de vista ecológico, demográfico, financiero, somos sociedades distraídas en el tiempo presente e incapaces de tomar en suficiente consideración el futuro, tal como exigen las actuales circunstancias. Esta dificultad de relacionarse con el propio futuro es una de las causas que explica el triunfo de la insignificancia en las actuales democracias mediáticas, nuestra insistente distracción sobre el corto plazo. Mi tesis es que una rein- tegración del futuro en la actividad política puede ser un elemento de transformación e innovación de la vida democrática. Mitigar los riesgos que se producen actualmente en una economía globalizada y en unos entornos políticos más volátiles que nunca requieren profundas reformas estructurales que solo pueden llevarse a cabo como parte de una agenda política del largo plazo. Buena parte del problema temporal de las democracias tiene que ver con el hecho de que haya una desconexión entre los ciclos políticos y los económicos. Dicen los expertos que un ciclo económico normal dura entre cinco y siete años, mientras que el mandato de un líder del G20 es ahora de 3,7 años (cuando el corres- pondiente en 1946 era de seis). Preocupados de ganar las siguien- tes elecciones, los mandatarios llevan a cabo únicamente aquellas políticas que tienen para ellos una recompensa en el corto plazo, en ocasiones a costa del crecimiento a largo plazo o la estabilidad. Hay otras desproporciones temporales que agravan el pro- blema, como el mandato temporal de los Gobiernos y la escala y duración de los impactos de la tecnología. Las malas actuaciones imponen costes de largo recorrido —en materia fiscal, medioam- biental o social— y reducen la capacidad de aquellos que vivan en el futuro a la hora de tomar sus propias decisiones. Hay decisio- nes irreversibles, daños irreparables, decisiones por cuyo impacto negativo nadie podrá dar cuentas. Los Gobiernos tienen que tomar decisiones que no solo distribuyen costes y beneficios entre dife- rentes sectores y grupos vivos, sino que implican también largos periodos de tiempo —a veces más allá del tiempo del que disfrutan de un poder legítimo en virtud de determinado intervalo electoral— e incluso implican también a varias generaciones. Si un Gobierno solo presta atención a los actuales problemas e ignora aquellos

que son solo latentes, terminará exacerbando los problemas cuya resolución habrán de abordar quienes decidan en el futuro. Los Gobiernos de mañana se enfrentarán a mayores problemas fisca- les, medioambientales y sociales y verán reducida su capacidad de ocuparse de su futuro respectivo. El asunto también puede divisarse desde el presente hacia las deudas contraídas en el pasado: muchos políticos se encuentran con cantidad de proble- mas que tienen que ver con la cortedad de miras de sus predece- sores (infraestructuras deficientes, fallos en el sistema educativo, baja productividad, obesidad, polarización, envejecimiento de la población, desarrollo urbano caótico o fragmentado, degradación medioambiental, problemas de deuda pública, etc.). No puede haber una verdadera democracia si no se establece una cierta con- cordancia entre los que deciden y los afectados por las decisiones, es decir, entre el presente y el futuro. Hay una tendencia humana general a descontar o ignorar los problemas que parecen distantes. Anticipar los beneficios futuros tiene menos fuerza que los cos- tes presentes. Casi nadie actúa frente a problemas que no existen ahora mismo, que no son especialmente agudos en el presente. Esta manera de proceder se acentúa en las decisiones de tipo colectivo, especialmente en los sistemas políticos, hasta el punto de poderse afirmar sin exageración que el futuro es la cir- cunscripción desatendida en la política actual, como si se tratara del bienestar de un “foreign country”, en palabras de Posner. Los Gobiernos prestan menos atención a los problemas distantes, tie- nen poca capacidad de previsión y anticipación, mientras permiten que la agenda política esté dominada por asuntos inmediatos o urgentes que desplazan en el tiempo las grandes cuestiones de largo plazo. Hay cortoplacismo, miopía política, presentismo, pobre gobernanza anticipatoria. No se anticipan los escenarios futuros, no se atiende suficientemente a los riesgos, se mantienen las políticas manifiestamente insostenibles, desde el punto de vista social, económico o medioambiental. Se desatienden los proble- mas emergentes, los riesgos futuros, las futuras necesidades y oportunidades, los beneficios distantes. La política actual padece un gran déficit de capacidad estratégica; nuestros políticos son administradores aplicados que trabajan en un horizonte temporal

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