Anuario 2024 de Cotec
Innovación y democracia
Los principios
S i el oportunismo es la debilidad fundamental de las actuales demo- cracias, se puede aventurar que el gobierno del futuro, la reinven- ción de la estrategia política en entornos complejos, es el gran pro- blema y la gran oportunidad para la renovación de la democracia. Debemos relacionarnos con el futuro de otra manera, más estraté- gica y menos oportunista, convirtiendo la política en una reflexión colectiva en torno al futuro y su configuración democrática. Si las instituciones democráticas tienen alguna función es precisamente ampliar nuestro horizonte de consideraciones introduciendo algún tipo de referencia al futuro ausente, hacer visible que nuestros cálculos, debido al intenso entrelazamiento temporal que caracte- riza a una sociedad dinámica, ni siquiera calculan bien el presente cuando no toman en consideración el futuro. Hay bienes comunes que solo se pueden asegurar articulando medidas inmediatas con el largo plazo: el medioambiente, la paz, la estabilidad institucional, la sostenibilidad en general, etc. Su gestión requiere cambios a nivel individual, colectivo e institucional para incluir en nuestras consi- deraciones y prácticas una perspectiva temporal más amplia. Del mismo modo que la globalización ha suprimido la autosuficiencia de los espacios, también tiene que desabsolutizar la de los tiempos. La principal urgencia de las democracias contemporáneas no es acelerar los procesos sociales, sino recuperar el porvenir. Hay que volver a situar el futuro en un lugar privilegiado de la agenda de las sociedades democráticas. El futuro debe ganar peso político. Sin esa referencia al futuro no serían posibles muchas cosas específicamente humanas, como todas las que requieren previsión o suponen la capacidad de anticipar escenarios futuros, pero tam- poco estaríamos a la altura de la responsabilidad que nos corres- ponde si no examináramos con criterios de justicia el futuro que podemos presumir que se abre o se cierra con nuestras decisio- nes. Configurar una suerte de responsabilidad respecto del futuro es una tarea para la cual la política es fundamental. El problema estriba en que el futuro es políticamente débil, ya que no cuenta con abogados poderosos en el presente, y son las instituciones las que deben hacerlo valer. Las sociedades contemporáneas tienen una enorme capacidad de producir futuros, es decir, de condicionarlos o posibilitarlos. Por contraste, el conocimiento de esos futuros es muy limitado. El alcance potencial de sus acciones y los efectos de sus decisiones son difícilmente anticipables. Como el futuro no puede ser conocido, la responsabilidad suele quedar fuera de consideración. Pero esta dificultad de conocer la repercusión real
muy corto y ceden con frecuencia a la tentación de desplazar las dificultades al futuro a costa de las siguientes generaciones. La causa fundamental de este olvido del futuro es la misma estructura electoral de nuestros sistemas políticos y la falta de incentivos de un sistema en el que las elecciones sucesivas fuer- zan a los elegidos a responder a los movimientos rápidos de la opinión pública. El presente ejerce sobre los electos una presión incomparablemente mayor que el futuro. El principal problema de los sistemas políticos no es que tengan demasiado poder, sino que tienen demasiado poco y se convierten así en algo demasiado vulnerable frente a las fuerzas sociales, que solo persiguen sus intereses en el corto plazo. Electores y electos se ven enredados en un juego entre quienes ejercen una mayor presión y quienes son capaces de responder con más inmediatez. El modo en que el calendario electoral segmenta el proceso político no favorece la adopción de políticas cuyos posibles impac- tos llevarán mucho tiempo. Hay una discrepancia entre el tiempo necesario para abordar problemas complejos y los imperativos electorales, un desajuste entre el tiempo requerido para afrontar los principales problemas sociales y la frecuencia de las eleccio- nes, lo que incentiva políticamente a diferirlos. El ciclo electoral es demasiado corto comparado con el tiempo que sería necesario para abordar alguno de nuestros principales desafíos. Problemas de largo plazo como la demografía, la pobreza, el cambio climático, la deuda pública, la energía, el sistema de pensiones o el aumento de los costes del sistema sanitario no se pueden adaptar a las estrecheces de un periodo de gobierno de cuatro años. Parecen incompatibles las elecciones frecuentes y la atención al largo plazo. El pensamiento y la acción a largo plazo, comprometidos con “una previsión adecuada del futuro” (Birnbacher), parecen entrar en contradicción con los objetivos a corto plazo de los indi- viduos consumidores, los ciclos electorales o la gobernabilidad determinada por el juego de los sondeos y la táctica del corto plazo. La cuestión decisiva es saber si nuestras democracias son capaces de anticipar posibilidades futuras en un contexto de gran incerti- dumbre, si están en condiciones de realizar proyectos y tensar el tiempo social, de articular a la sociedad, actuando en esas “som- bras del futuro” (Axelrod) con criterios de legitimidad y responsabi- lidad. La democracia, en su forma actual, ¿está en condiciones de desarrollar una conciencia suficiente del futuro para evitar situa- ciones de peligro alejadas en el tiempo?
116
Made with FlippingBook - Online Brochure Maker