Anuario 2024 de Cotec

Quince visiones

Conocimiento

Mikel Mancisidor

María Lorena frente a Filípides

H ace unos años conocimos la historia de María Lorena Ramírez Hernández. Es una mujer del pueblo indígena tarahumara o rará- muri, que vive en el estado norteño mexicano de Chihuahua. María Lorena se hizo de pronto famosa por sus victorias en carreras extre- mas de hasta cien kilómetros, de esas que recorren en condicio- nes infernales campos y desiertos hasta poner a prueba los límites de la resistencia humana. El pueblo tarahumara es bien conocido desde tiempos inmemoriales por esa especial aptitud para correr distancias increíblemente largas. A María Lorena la vemos en las redes o en reportajes de televisión corriendo con sus faldas multi- colores y sus huaraches, un calzado artesanal parecido a las san- dalias franciscanas, fabricadas con cuero y, en muchas ocasiones, con suelas hechas con tiras de caucho recortado de neumáticos viejos reutilizados. María Lorena superaba en numerosas carreras a corredores que se presentaban con sofisticados pertrechos de los materiales técnicos más innovadores y tras entrenamientos y preparaciones profesionales. Hay muchas formas de correr. Cuenta la leyenda que Filípides consiguió la heroicidad de correr desde Maratón hasta Atenas para comunicar el triunfo en la batalla. En casi todas las ciudades se celebra cada año una carrera con idéntica distancia que congrega a miles de personas. Cada cuatro años se repite la carrera en las Olimpiadas y últimamente las marcas deportivas presentan sus zapatillas más asombrosas e intentan romper algún récord en esta distancia. Recordamos así casi de modo perma- nente la hazaña de Filípides más de dos milenios después. Filípides cumplió, sin duda, pero murió en el acto, en la meta. Me temo que, por una vez, el episodio griego no nos sirve para componer nuestra alegoría de un modelo de democracia. La democracia que queremos no es la que brilla y deslum- bra, pero al momento muere como un fuego de artificio. Eso es exactamente lo que hacen los populismos, sean de izquierda o de derecha, que llegan, llaman la atención, proponen soluciones tan fantásticas como inútiles, se consumen y mueren, en el mejor de los casos sin dejar demasiado caos a su paso. La democracia que queremos, sin embargo, no es la que llega la primera y sin despei- narse a cada meta volante, preparada para la foto, como la pre- sentan los gabinetes de imagen que venden a los políticos como si fueran actores. La democracia real no es la que no falla nunca.

La democracia es más modesta. Es la que tropieza y se llena de barro y se levanta. La que avanza por medio del viejo método de prueba y error. La que reconoce lo que no funciona y lo corrige sin saber muy bien si lo nuevo funcionará mejor. Es la que aprende a cada paso con humildad. Es la que asume respon- sabilidades y ofrece a los ciudadanos la posibilidad de cambiar a sus líderes. La democracia no depende de hombres fuertes dota- dos de capacidades excepcionales y sobrehumanas que ven el futuro y nos anuncian el retorno a la tierra promisoria donde no nos faltará de nada. La democracia avanza de forma más humilde, aprendiendo del conjunto de su sociedad, con las virtudes y los defectos compartidos por las personas que la integran. Por eso la democracia depende de las virtudes de los ciudadanos, mien- tras que en los totalitarismos o los populismos las personas están exentas de responsabilidad, son tratadas como menores de edad que son víctimas o beneficiados, pero no como actores. En cierto sentido, la democracia avanza más como María Lorena que como Filípides, ya que, como hace la tarahumara, tira más de la sabiduría acumulada por muchos que del golpe de genia- lidad del que llega, deslumbra y muere. Pero para llevar la alegoría más lejos deberíamos, quizá, conceder que la democracia se sirve para correr de las zapatillas multicolores más modernas, puesto que las innovaciones ayudan a ser más eficientes. Los elementos más tradicionales pero menos prácticos, como los huaraches, se reservan en democracia para cuestiones formales o protocolarias, tales como los maceros que aparecen en las instituciones en los días especiales o los actos de toma de posesión de un cargo, o no digamos nada de la corona- ción de un rey o una reina, llena de viejos símbolos de significado no siempre claro. Para el resto de las actividades, para correr en los días ordinarios, la democracia debe ensayar siempre con el equipamiento, las formas y los procedimientos más eficientes. La democracia corre también como María Lorena, en el sentido de que no puede tomar atajos de rico nuevo, como el que cree que el mate- rial más caro compensará su pereza de madrugar cada mañana para entrenar. La democracia compra zapatillas nuevas, pero no se engaña pensando que el buen material evita el madrugón o el sudor. La democracia se construye con la práctica de cada día, en cada institución pública o privada, en cada acto de sus ciudadanos.

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