Quince visiones
Conocimiento
Mikel Mancisidor
La democracia ante la pandemia
A principios de febrero de 2020 me encontraba en Ginebra, en una sesión de trabajo de un comité de la ONU. Para mi sorpresa, nuestro colega chino apareció con mascarilla y, antes de que pudié- ramos acercarnos a él para saludar, tomó la palabra para explicar- nos que no daría la mano a nadie y que mantendría una distancia prudencial. Lo dijo con amabilidad oriental, anticipando que no lo entenderíamos, pero con una seriedad inflexible, como quien deja claro que no está dispuesto a negociar sus condiciones o a permitir ningún acercamiento. Lo que pocas semanas después se convirtió en parte de la vida cotidiana para todos, nos pareció en aquel momento algo un tanto desmesurado. Habíamos visto por televisión escenas de aislamientos y confinamientos en China, pero no habríamos creído entonces que semejante situación se fuera a replicar entre nosotros. Cuando a las pocas semanas fue declarada la pandemia global supimos que también serían necesarias en nuestros países medidas de una dimensión nunca antes vista. Pero ¿podríamos nosotros, en caso de resultar necesario, adoptar medidas drásticas de semejante calibre? Al inicio de la pandemia aún nos preguntá- bamos, casi con aprensión, como sin querer conocer la respuesta, si tendríamos que terminar admitiendo que para gestionar situa- ciones de emergencia de este calibre las dictaduras eran más eficaces. Veíamos cómo China implantaba medidas de orden público que, pensábamos, una democracia no sería capaz de movilizar. Pensábamos que, cuando resultara necesario, nosotros no podríamos reaccionar y establecer medidas de emergencia con semejante prontitud y rigor. En democracia tenemos procesos deliberativos, escrutinio público, separación de poderes, hay que justificar cada decisión y respetar procedimientos, normas y dere- chos individuales. Todo lo que en tiempos ordinarios valoramos porque nos protege, de pronto podría percibirse como un obstáculo que nos impedía reaccionar y protegernos. Muy pronto, ya en marzo de ese mismo año 2020, China parecía salir del agujero mientras en Europa nos metíamos más y más en un pozo que no parecía tener fondo. Ese aparente éxito chino se atribuía a las excepcionales medidas adoptadas y a la forma igualmente rigurosa de aplicarlas. Lo cual demostraba, a jui- cio de no pocos, las ventajas con las que cuentan los regímenes totalitarios ante este tipo de emergencias. Los Estados autorita- rios pueden aplicar medidas más duras, más rápidas, con meno- res miramientos, sin considerar su aceptación social, sin cálculos electorales y con las herramientas ejecutivas y coercitivas más incontestables. En las democracias nos ahogaríamos en nuestros sistemas deliberativos y nos perderíamos en los recovecos de nuestras garantías.
Pero no es cierto que a la postre los Estados totalitarios en general, y China en particular, hayan respondido ante esta crisis de forma más eficaz. Las autoridades chinas retrasaron varias sema- nas el reconocimiento de la existencia del problema, al pensar que podrían contenerlo con cierta discreción. La información fue faci- litada cuando el problema ya estaba desbocado. En un sistema de libertades, las autoridades no pueden silenciar el problema, aun cuando eso suponga un costo en imagen o un castigo electoral, y consecuentemente la información podría haberse extendido antes y el resto del mundo quizá habría ganado un tiempo de preparación valioso. Además, China no salió tan rápidamente como parecía, de hecho, ha mantenido medidas de excepción por más tiempo que cualquier otro país, hasta bien entrado el año 2023. No podemos comparar su eficiencia con detalle, precisamente por su opaci- dad, pero sabemos que las autoridades, sin contestación interna ni debate público, mantuvieron por demasiado tiempo medidas equivocadas. China no aporta datos, y los que aporta no parecen fiables ni son contrastables, pero sabemos que este país no ha sido tan eficaz como al principio creíamos. Precisamente, porque la falta de libertades y de transparencia le hurtó un debate abierto imprescindible para conocer mejor su propia situación y rectificar sus decisiones según la realidad iba aportando datos, experiencias y resultados. Su falta de libertades impidió que los médicos, los científicos, los gestores sanitarios o la ciudadanía pudieran com- partir la información. Esto siempre es el requisito imprescindible, el doble ingrediente fundamental y primero en el avance del conoci- miento: disponer de información fiable y disponer de libertad para contrastarla o discutirla entre pares, sean estos pares políticos (ciudadanos libres) o pares profesionales (médicos con médicos, biólogos con biólogos, juristas con juristas, estadísticos con esta- dísticos, etc., y todos ellos entre sí). Esa misma falta de libertad impidió que el Gobierno chino pudiera tomar las medidas más inteligentes en cada momento. La comunidad en su conjunto cuando debate con transparencia avanza mucho más rápido y es siempre más inteligente que el más inteligente de los líderes aislado, tomando decisiones por su cuenta o consultando solo a un cerrado grupo de fieles que en muchos casos o no saben o tienen miedo de decir lo que saben por si contrarían la opinión del líder, al que hay que seguir hasta el borde mismo del precipicio. De modo que quedó finalmente demostrado que no era cierto que los sistemas totalitarios y sin libertades respondieran mejor ante estas crisis. De hecho, visto con la perspectiva del tiempo, lo hicieron peor y no por casualidad, sino precisamente por
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