Quince visiones
Ciudadanía
Fernando Broncano
“¿Por qué tenemos redes de bibliotecas y no de laboratorios? Ya es tiempo de superar la tradición de almacenar el conocimiento de forma pasiva y movilizarlo en un modo de investigación en acción”.
En paralelo al modelo lineal, la relación entre la democracia y el conocimiento sufrió en las últimas décadas transformaciones que dieron lugar a un nuevo modelo caracterizado por una palabra omnipresente: innovación . Aunque siempre estuvo presente, desde los inicios de la ciencia y la ingeniería modernas, esta manera de entender el conocimiento se basa en una mayor atención a los problemas concretos, para cuya solución se convoca el concurso de expertos en múltiples campos, más que a grupos homogé- neos de disciplinas. El impulso de esta nueva forma de concebir el conocimiento se caracterizó como una “triple hélice” de inte- racción entre las empresas, el Estado y la academia. El conocimiento fluye aquí en dinámicas no lineales y en interacciones en las que las distintas experticias interactúan y median entre sí. Las agrupaciones de gerentes, policymakers , inge- nieros e investigadores básicos no siguen las pautas del paper aca- démico, sino la lógica narrativa del proyecto, el informe, la patente y la omnipresente innovación . Se trata de una narrativa orientada a la accountability más que a la excelencia. La heterogeneidad y la estructura, a veces más empresarial que académica, rigen este modelo de producción de conocimiento. Este modelo crea comu- nidades epistémicas de gestión, creación ingenieril y aportaciones de ciencia básica. Son comunidades contingentes, reclutadas para proyectos con resultados palpables. Más que la relevancia y la novedad que caracterizan la producción académica, la innovación se caracteriza por ser un producto orientado al beneficio y la rápida inserción en el circuito del mercado. Este modelo de producción y distribución de conoci- miento ha sido, sin duda, un producto exitoso de las democracias liberales en el capitalismo avanzado del siglo pasado. Desde el punto de vista de la integración social del conocimiento, aporta características más interesantes que el modelo elitista acadé- mico. El concepto de “experto” se disuelve en bastantes grados y se producen nuevos flujos de conocimiento presentes como intangibles en la sociedad y el Estado. La integración de los poten- ciales de creación contenidos en la triple hélice es, sin duda, una conquista democrática que genera una mayor conciencia de la importancia del cambio científico y tecnológico en la misma fábrica social. Estas innegables aportaciones, sin embargo, se oscurecen al atender a otros aspectos de la inserción del conocimiento en la sociedad. El modelo nace en el contexto de la globalización econó- mica, en el que la distribución del conocimiento sigue las mismas pautas de la deslocalización y una lógica de la competencia por mínimas ventajas comerciales. Es necesario recordar algunos pun- tos ciegos que han sido aportados por diversos críticos del modelo: 1. La obsolescencia de la cultura material y la presión por la innovación van generalmente a la par. Las empresas nece- sitan, en esta lógica, producir cada año nuevos productos
con alguna pequeña (o grande) innovación que induzca la sustitución y una efímera existencia de los artefactos. Esta lógica conlleva una creciente pérdida de alguna de las vir- tudes más tradicionales del conocimiento técnico: el cui- dado y los saberes de reparación y mantenimiento. Y, por descontado, la no sostenibilidad medioambiental. 2. La difusión de la ideología “solucionista”, que promete resolver complejos problemas sociotécnicos mediante soluciones puramente técnicas. Una ideología que incluye una propaganda determinista promotora de la idea de la inevitabilidad del cambio técnico y de la necesidad de “adaptarse” ciegamente a él (ignorando que entre la innova- ción y el uso median profundas transformaciones culturales que podrían ir muy bien en sentidos divergentes). 3. La orientación primordial al beneficio produce ignoran- cias estructurales, al centrarse hegemónicamente en un tipo de tecnologías, muchas veces por simple moda, y ocluir otras que forman un trasfondo cotidiano y que han sobrevivido por su casi perfección y equilibrio entre la fun- cionalidad y la ayuda a la calidad de vida. 4. La reducción de la formación y la educación al modelo de “emprendedor” lleva al olvido de otras virtudes epistémicas como la curiosidad, la apertura de mente y la sensibilidad social, que formaron parte del modelo de educación liberal de los últimos dos siglos. 5. La globalización y la competencia mundial entre las tri- ples hélices han llevado en muchos casos a una pérdida de soberanía política, social, económica, militar y tecno- lógica en muchos Estados. La división mundial del trabajo de innovación ha generado estos efectos problemáticos. En realidad, la soberanía democrática sufre de un dilema similar a la autonomía personal, el de hacer compatible la capacidad de autodeterminación con las inevitables depen- dencias en ámbitos diversos: la geopolítica, las capacida- des y los conocimientos, y las constricciones ecológicas y geográficas. Ninguna de estas críticas aboga por el abandono de la inno- vación, todo lo contrario. El fortalecimiento de los vínculos entre los Gobiernos, las empresas y la academia es una conquista de las democracias avanzadas. También lo es el estímulo de la creatividad y la atención continua en el descubrimiento de problemas que deben resolverse en todos los ámbitos de la existencia. Podemos llamar a esto, si lo deseamos, actitud innovadora. Pero no es incompatible con una actitud de cuidado, reparación, mantenimiento y preser- vación de lo que de relevante hay en las sociedades. Tampoco lo es con una preocupación constante por el aprovechamiento de los potenciales cognitivos de la sociedad civil, sin dejarse deslumbrar por solo algunos de los avances tecnológicos.
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