Anuario 2024 de Cotec

Quince visiones

Epílogo

Ramón González Férriz

C uando termine 2024, casi la mitad de la población adulta del mundo habrá tenido la opción de participar en unas elecciones. Habrán podido votar en unos comicios nacionales los ciudadanos indios, estadounidenses, paquistaníes, rusos y mexicanos. En unas singu- lares elecciones supranacionales, pero igualmente trascendentes, lo habrán hecho los de la Unión Europea. En muchos otros lugares, como Brasil o Turquía, se habrán celebrado comicios regionales o municipales. En España, al acabar el año, se habrá votado, además de la composición del Parlamento Europeo, la de los Parlamentos de las tres comunidades históricas, Galicia, País Vasco y Cataluña. En ningún otro año de la historia se habrán celebrado tantas elecciones en el mundo y tanta gente habrá votado en ellas. Cabría pensar que eso es una señal inequívoca del triunfo de la democracia; que esta se ha convertido en el sistema polí- tico más universal y que la inmensa mayoría de los ciudadanos del Planeta pueden, al fin, escoger a quienes les gobiernan. Sin embargo, hablamos constantemente de la crisis de la democracia. Y no solo en referencia a aquellos países en los que no existe una verdadera competencia electoral, el recuento está trucado o el can- didato vencedor, después de la votación, tiene poderes ilimitados. La democracia, sentimos, también está en crisis —o, incluso, está especialmente en crisis— en lugares en los que rige el Estado de derecho, las autoridades electorales han gozado de respetabilidad durante décadas y los ciudadanos dan por sentado ese sistema como el único legítimo. ¿Por qué lo percibimos así?

En los últimos años, el análisis de la erosión de la demo- cracia, y de la pendiente resbaladiza hacia la ineficacia y el autori- tarismo, se ha convertido en un género de mucho éxito. Las cau- sas que este señala son casi incontables. El sistema que durante décadas ha regido la democracia en muchos países occidentales, basado en la alternancia entre dos grandes partidos políticos de centroizquierda y centroderecha, piensan muchos, se ha agotado. Estas grandes formaciones se encuentran en decadencia y han dado pie a liderazgos cesaristas. La aparición de nuevas ideolo- gías radicales ha desbaratado el viejo equilibrio sustentado en la moderación de las clases medias. La fragmentación social está lle- gando a tal punto que la noción de ciudadanía se ha diluido en favor de unas identidades más específicas vinculadas al sexo, la raza o incluso las preferencias de consumo, lo cual dificulta la gober- nanza. La polarización resultante impide los pactos legislativos. Y una encuesta tras otra (la última, publicada en febrero de 2024, del Centre d’Estudis d’Opinió, de la Generalitat de Catalunya) constata que los jóvenes dan menos importancia a la democracia que en otros momentos de la historia reciente. Y que un número signifi- cativo de ellos estaría dispuesto a renunciar a algunas garantías democráticas a cambio de una mayor prosperidad. En el plano de las relaciones internacionales, el viejo orden liberal, basado en las reglas y el multilateralismo, ha agotado su curso y nos adentramos en un mundo bipolar mucho más peligroso.

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