Quince visiones
Educación
Juan Manuel Moreno
La recesión democrática y la educación en España
“En la España actual, tener un título universitario y un empleo remunerado ya no garantiza ser inmune a la precariedad y aun a la pobreza”.
E l fenómeno que mejor describe el estado de la educación con- temporánea en Argentina, en Estados Unidos y también en España es la brecha creciente entre las expectativas personales y sociales respecto a la educación —que siguen al alza— y la confianza pública en el sistema educativo —que va a la baja—. ⁷ Este fenómeno es, a la vez, causa y consecuencia de la recesión democrática: unos ven en la educación actual poco menos que a la culpable del crepúsculo de la civilización occidental y una amenaza a su identidad, y otros la ven como la institucionalización de un régimen meritocrático que es la continuación del privilegio por otros medios (y con ello tam- bién del racismo, el sexismo, la homofobia, y una larga lista de dis- criminaciones y segregaciones). Esta “pinza” crea una crisis aguda de confianza en la educación, y se refuerza porque ambas posicio- nes coinciden en poner el foco en la combinación —y consiguiente efecto multiplicador— del narcisismo y el victimismo identitarios. En España, donde afortunadamente se está muy lejos de los niveles de polarización de Argentina o Estados Unidos, la recesión de la democracia se materializa en el sector educativo sobre todo con la propuesta del llamado pin parental y con una inci- piente —aunque no despreciable— cultura de la cancelación. Las dos responden a la misma voluntad de intervenir y desvirtuar las instituciones educativas y someter política e intelectualmente a los profesionales de la educación. La diferencia está en quién se atri- buye el poder de censurar o de cancelar: el Estado a través de sus Administraciones, los partidos políticos, las familias de los estu- diantes o las redes sociales. Sea como fuere, el resultado práctico es que aumenta el riesgo personal y profesional de ser docente. La perspectiva de una mayor presión desde varios frentes, que implicaría menos autonomía profesional y más intervencionismo
político, podría disuadir a muchos buenos candidatos de entrar en una carrera cuyo atractivo no era ya precisamente brillante. Los graduados en materias con alta demanda en el mercado laboral —las llamadas STEM— serían especialmente difíciles de atraer a la profesión docente, justo cuando son más necesarios que nunca. En lo que sería una variación de la cuestión sobre la brecha entre las expectativas y la confianza, si bien las expectativas sociales y políticas acerca del profesorado han ido elevándose en las últi- mas décadas, la calidad de su formación inicial, las condiciones de trabajo, el reconocimiento y el estatus social y económico, así como las oportunidades de desarrollo profesional no han crecido ni mejorado en consonancia. Esta brecha comienza a ser alimen- tada también por el riesgo político que lleva aparejada la actual burbuja identitaria. En la práctica, el riesgo es que la escolariza- ción pudiera ser capturada por quienes tienen incentivos para pensar que la mayor parte de la gente necesita más terapia que educación; que las nuevas necesidades creadas no sean tanto de aprendizaje como de respuesta a ciertas carencias, trastornos y pseudopatologías que han de ser encarriladas por profesionales clínicos, semiclínicos, o por cualificados militantes de algún credo. Más allá de estas amenazas, que deben tomarse en serio a la luz de la realidad internacional —y de la historia—, la principal fuente de devaluación pública de la educación en España podría estar en la erosión del contrato educativo: “Si estudias duro y obtie- nes un título universitario, conseguirás un buen trabajo y tendrás una buena vida”. En la España actual, tener un título universita- rio y un empleo remunerado, amén de vivir en un país donde los indicadores macroeconómicos de crecimiento son estables, ya no garantiza ser inmune a la precariedad y aun a la pobreza. ⁸
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