Quince visiones
Humanidades
Andrea Marcolongo
Esta herencia humanista no es poco: lo es todo
Propuestas para una futuro humanista
E xcluir las humanidades de los programas educativos significaría confinar las ideas de los estudiantes, incandescentes de energía y juventud, a un deprimente presente unidimensional, en el que el conocimiento se basa solo en la experiencia directa o en la página de una enciclopedia virtual. Sería cortar el cordón umbilical hecho de ideas, sueños, intentos de ser un poco más felices, un poco más humanos, que vincula nuestra presencia en el mundo con todos aquellos que nos precedieron, viviendo y pensando también por nosotros. Interrumpiría para siempre un ciclo de muchos siglos, o más bien milenios, de sabiduría y esfuerzo humanos, como si nuestra especie hubiera venido al mundo ayer por un accidente genético o una broma divina. En definitiva, al eliminar la cultura clásica nos encontra- ríamos de repente solos, condenados y perdidos en un presente eterno, incapaces de afrontar cuestiones imprescindibles y de las que depende el resultado de toda innovación. Este es el tesoro, el valor inestimable escondido entre un dialogo de Platón y una oración de Cicerón: se llama transmisión. Es esta la primera utilidad de las humanidades, entendiendo la palabra no como una evaluación sobre su eficacia para encon- trar trabajo: al igual que un capital guardado a buen recaudo en un banco y que da sus frutos cada año, la cultura clásica es el útil de la formación. Los desafíos que marcan nuestro tiempo deben represen- tar el sentido último del sistema educativo: desde el cambio cli- mático hasta las elecciones éticas impuestas por la tecnología, desde las guerras hasta las innovaciones científicas, el futuro ya no puede esperar a ser plenamente humanista; es decir, a encon- trar soluciones humanas y democráticas para los hombres y las mujeres que vendrán. Gracias al oficio de vivir, sufrir, caer, alegrarse y pensar, que las humanidades nos ofrecen desde hace casi tres milenios, es posible afrontar el futuro con la mirada valiente y cristalina con la que Ulises afrontaba el mar desconocido, manteniendo firme la ruta hacia Ítaca.
P ara disipar cualquier duda, propongo un último razonamiento distópico: intentar imaginar el mundo actual sin la herencia de la cultura clásica. Pensemos en lo que sería nuestra civilización europea si un día Grecia y Roma reclamaran de vuelta lo que tan generosamente nos han trasmitido desde hace dos milenios, desde la filosofía hasta la geometría, desde la ingeniería hasta la astronomía, desde la política (¡la democracia!) hasta la poesía, pasando por docenas de otras artes y ciencias. Como en las películas de ciencia ficción en las que vemos escenas apocalípticas de civilizaciones aniquiladas por zombis o virus letales, la sociedad que habitamos desde los tiempos en que el Partenón permanecía intacto en la Acrópolis sería repentina- mente destruida, reducida a un montón de lágrimas y escombros ignorantes. Los seres humanos, despojados de todos los principios éti- cos y políticos desarrollados por los griegos y los latinos, se move- rían por calles diseñadas al azar sin las precauciones acientíficas de las ciudades antiguas, obedeciendo solo la ley del más fuerte y del más rico. Lo desconocido, incluso el trozo de mar calmo frente a la playa o el bosque en las afueras del pueblo, volvería a infundir un terror irracional porque se creería poblado de monstruos repugnan- tes. Sin barcos ni mapas, el mar sería una barrera infranqueable, no un puente entre un pueblo y otro; se imaginaría la tierra plana, el cielo habitado de espíritus crueles que disfrutan de las desgracias humanas. Nuestras lenguas, despojadas de palabras de origen anti- guo como páginas arrancadas de diccionarios, perderían la sintaxis del logos y la flexibilidad del pensamiento clásico basado en el diálogo racional; los sonidos emitidos por nuestras cuerdas vocales se reducirían a ladridos y gemidos brutos. Sobre todo, incapaz de descifrar y poner un nombre a lo que siente en su pecho transformándolo en mito y en filosofía, el ser humano sería rehén de los impulsos más primitivos y violen- tos, indistinguible de un animal que no conoce otra ley que atacar cuando es atacado. Sustituidos los filósofos por brujos, el miedo se convertiría en un arma en manos de los políticos para oprimir a los más débi- les e ignorantes. La literatura no existiría, los libros desaparecerían
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